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Nevando sobre los cedros

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Nevando sobre los cedros

Mientras los copos de nieve cubrían los cedros y los camuflaban bajo un gigantesco, brillante y cegador manto blanco, me di cuenta que me había quedado solo.

Al lado de aquellos imponentes árboles de firme presencia, yo al igual que ellos me quedé inmóvil como una estatua, paralizado por el penetrante frío que entraba por todo mi cuerpo y me atravesaba como una daga afilada y cortante que me llegaba hasta los huesos.

Poco a poco, la silueta de tu menuda figura se iba difuminando a cada paso que dabas, aunque todavía se podía adivinar la redondez perfecta de tus caderas, con aquel insinuante movimiento, tan “a lo cubano”, que siempre te caracterizaba cuando caminabas con esos pasos acompasados y ese ritmo premeditado tan “marca de la casa”, que mantenías al moverte. Esos pasos que irremediablemente te iban alejando cada vez un poco más de mí, sin que yo pudiera hacer nada por impedirlo.

Mis piernas se habían quedado heladas, al igual que  mi corazón. Es curioso comprobar como el músculo cardiaco, en otro tiempo “corazón de bolero”, ahora se había transformado en “corazón de iceberg”.

También el resto de mi cuerpo se había quedado petrificado por aquel ambiente gélido que como dardo paralizante me llegaba hasta el alma, anestesiándola de tal forma, que lo único que podía sentir de ella, era su ausencia.

Y seguía nevando sobre los cedros, lentamente, fuiste despareciendo de mi vida, en silencio, hasta que llegó el día que me olvidé de ti por completo.

Ahora, cuando miro para atrás, las pocas veces que suelo hacerlo, pues no dejo que la nostalgia se apoderé de mí, ya que sería absurdo acordarse de lo que “quise que fuera, pero que nunca fue”, solo me acuerdo de los cedros, de la nieve y del frío, pero nunca de ti, hasta incluso hay veces que ya ni recuerdo tu nombre.

En mi vida sigue habiendo cedros y nieva sobre ellos, y acaban cubiertos por miles y miles de copos que los tapan, y muchas veces hace frío, mucho frío, pero ya no hay sitio para ti en mis pensamientos que al igual que mis sentimientos, también se han quedado helados por el tiempo.

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Paco Arias.

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