Villalibado: Segunda oportunidad
Hablar de Villalibado es hablar del Ave Fénix.
Un pueblo pequeño, casi condenado, del que la mayoría de sus habitantes se alejaron hace muchos, muchos años. Sólo algunos volvían a visitarlo en verano, cuando la vida y el sol les permitía hacerlo.
Es un lugar querido. Aquellos que permanecieron en él supieron quererle durante todo este tiempo, pese a sus canas, sus arrugas, su cansancio y su melancolía. Nunca estuvo totalmente abandonado. Nunca solo. Siempre hubo alguien dispuesto a regresar, aun sabiendo que las ruinas crecían, se extendían y ganaban batallas con cada nuevo invierno.
Siempre fue querido y lo sigue siendo. Cada vez más. Llegaron nuevos amantes que se empeñaron en hablarle de futuro y contagiarle alegrías. Peinaron sus cabellos, maquillaron su rostro y le quitaron años.
Villalibado es un pueblo que un día vio llegar manos decididas a salvarlo y se dejó hacer. No hubo la más mínima resistencia. Merecía vivir y, simplemente, siguió viviendo.
Se levantaron nuevas paredes, se restauraron otras, se picaron piedras, se abrieron ventanas, se pintaron fachadas, se plantaron árboles y césped, se construyeron muros..
Villalibado es un lugar especial. Tiene la esencia de lo antiguo, una cierta nostalgia de tiempos pasados que flota entre los muros de sus casas. Y, a la vez, es un pueblo nuevo, joven, vital y alegre, que regala sus jardines y sus fachadas de colores a aquel que desee acercarse a conocerlo. Villalibado huele a pasado y a futuro, a lo que fue y a todo lo que le queda por ser.
Es fantástico verlo brillar y acoger orgulloso a las nuevas generaciones, en su mayoría convertidas en turistas, que vienen a ocupar sus espacios, disfrutar de su calma e inhalar su encantador aroma a “toda una vida”.
Han regresado los pájaros a Villalibado, y las voces, el olor a comida, el crepitar del fuego en las chimeneas, los rostros asomando por las ventanas , la luz en sus calles, en sus casas…
No es un pueblo con bares ni restaurantes, no tiene ultramarinos ni tienda alguna, simplemente se ofrece para estar. Para sentarse en un banco, tumbarse en la hierba … Para pasear, leer, dormir, correr, jugar… Para charlar con tu gente sin prisa. Para disfrutar del sol, tomar unas cervezas o un vino y alargar la sobremesa hasta la siguiente comida. Para mirar a lo lejos, muy a lo lejos, sin límites, sin barreras, sin nada que entorpezca la vista. Villalibado es para respirar. Descansar, relajarse, huir y respirar.
Es silencioso, tranquilo, pausado y feliz.
Posée la sabiduría de los años. Ese poso que da una larga vida. Sólo estando dentro se puede percibir su inmenso poder. Villalibado no tiene prisa. Deja pasar las horas mientras se llena de vida. Y todo aquel que se ve envuelto en su magia puede sentir ese sereno discurrir de los segundos, y contagiarse y desacelerar y descubrir que el día tiene largas horas que se pueden llenar de buenos momentos, en las que hay tiempo para hacer lo que apetece y disfrutarlo.
Los relojes no se detienen en Villalibado; sencillamente, pierden su sentido.
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