abismo
Abismo
Aquel jueves Candela se citó con Mauro para desearle buena suerte en su nueva andadura. Le ofrecían la jefatura del departamento de contenidos de una televisión privada.
Estos dos años en Madrid habían sido fantásticos, los primeros meses desde que Mauro llegó de Milán, fueron amigos inseparables, pero poco a poco se fueron distanciando y ya no se veían como de costumbre. Los dos sabían muy bien porque.
La cita con Mauro se programó en un bonito local de La carrera de San Jerónimo, estilo Irlandés, con las paredes de madera y plafones antiguos, de amarillenta luz en sus paredes.
Candela llegó como de costumbre, la primera. Se pidió una pinta rubia de una cerveza muy suave, aquella noche estaba dispuesta a tomarse sólo un par, no quería que el alcohol le nublara el entendimiento, quería recordar todo con pelos y señales, sentía mucho que su vida hubiera divergido de la de su querido amigo Mauro. Sabía que en los últimos meses, su relación no había vuelto a ser la misma, y quizás por eso mismo estaba dispuesta a no beber más de la cuenta. No quería perder más, ni un minuto de su compañía.
Habían pasado sólo 5 minutos y ya había consumido más de media pinta, enseguida le buscó explicación, lo achacaba a los nervios, estaba expectante y tensa por eso no era capaz de beber más despacio.
Un minuto más tarde se la había terminado. Se pediría su segunda y última, el camarero tardaba en atenderla iba de aquí para allá sin prestarle atención, Candela no podía parar de seguir con la mirada al empleado en su recorrido, pero no obtenía resultado, el hombre cargaba con una bandeja repleta de vasos de forma apresurada. No podía quitarle ojo, pero de repente notó la presión de una mano sobre su hombro se giró y allí estaba Mauro, tan guapo y apuesto como siempre, Candela se levantó de su silla y se abrazaron con nostalgia, cerraron los ojos apretando sus mejillas con ahínco, suspiraban con fuerza, sabían que hacía tiempo que no se encontraban tan cerca y estaban disfrutando de la calidez de ese contacto. Los ojos de Candela asomaban por encima del hombro de Mauro los abrió y vio pasar al camarero por delante de sus narices, estiró el cuello y en un momento pudo pronunciar las palabras que desde hacía varios minutos no se le quitaban de la cabeza;
- Por favor, un doble de cerveza,…. Mauro, ¿tu que quieres tomar?...
Serio, miró al camarero y le dijo, una tónica.
Un silencio invadió sus espacios vitales, la situación se tornó, de repente, incómoda, se separaron torpemente y cada uno se sentó en una silla.
- ¿Estas bien?
Pregunto Mauro.
A Candela no le dio tiempo a contestar, enseguida llegó el camarero con las consumiciones e interrumpió la posible respuesta. Cogió el gigante vaso y lo acercó rápidamente a sus labios, sorbió e injirió casi la mitad del contenido.
Mauro pidió un par de hamburguesas, Candela le dijo que no tenía hambre que no quería cenar, pero él insistió.
Ella rezaba para que al camarero se le hubiera olvidado y no trajeran nada de comer, pero no fue así.
Quería aliviar su ánimo con aquella rica cerveza, se pidió otra y después otra y luego otra más,…pensó que si sólo bebía cerveza no se emborracharía y podría no perderse ni un instante de esa velada.
Mientras comían, Mauro hablaba y hablaba, le contaba con entusiasmo sus planes laborales, o algo así, ya que Candela se dio cuenta de que no estaba escuchando que solo oía el amarillo y espumoso líquido deslizarse por su garganta, pero no podía beber más, la hamburguesa había llenado todo el espacio de su estómago y por ello era incapaz de seguir tragando ningún tipo de líquido. Se disculpó con él y se fue al baño.
Entró en uno de los retretes y se cerró con pestillo, oyó como entraba alguien en el de al lado; ¡que fastidio!, pensó. Se inclinó en forma de “T” y mientras, con una mano tiraba de la cadena, para evitar delatores ruidos, metía la otra mano en lo más profundo de su garganta hasta provocarse el vómito, logró deshacerse de la inoportuna hamburguesa. Se lavó bien la cara y las manos, se arregló y salió a reunirse con Mauro. Ya estaba lista para continuar.
Durante el camino del baño a la mesa había decidido que por una copa no le iba a pasar nada, que nadie se emborracha con una sola copa de whiski, como mucho se pondría contenta como le solía pasar hace años.
El combinado le entró como el agua y seguía en sus cabales, no se encontraba mareada ni desorientada, se sentía poderosa, fuerte, triunfadora. Fue el momento en el que decidió tomar las riendas de la conversación.
Interrumpió a Mauro; daba igual ni siquiera estaba prestando atención a lo que el decía, y le dijo;
Tómate una copa conmigo, ¿como eres capaz de dejar que beba sola?. Yo solo quiero tener una vida normal, tomarme de vez en cuando unas copas con amigos.
Mauro no pudo más y estalló:
¿Normal? …, ¿una vida normal?. Candela te voy a decir algo, y va a ser lo último que te diga:
Te emborrachas, por lo menos tres veces en semana, cuando empiezas a beber no puedes parar, te despiertas después de una borrachera y no recuerdas nada, ni siquiera el día que te caíste por las escaleras y tuvieron que darte 6 puntos en la cabeza, cualquier amigo que te increpa por tu manera de beber, de inmediato deja de serlo. Vas en busca de placeres rápidos y pasajeros, bebes y te tiras al primero que se te cruzas, haces cosas que nunca harías sobria, y lo peor es que ni siquiera ya te resulta agradable nada de lo que haces, ¿y a eso tú le llamas una vida normal?.
Candela: necesitas ayuda, y yo ya no puedo hacer nada por ti.
El la miró fijamente, decepcionado, hastiado, triste, resignado a perder su amistad y le dijo:
- Te sonará duro y despiadado pero me alegra que este sea el último día que nos vamos a ver. Hasta siempre.
Candela agachó la mirada, y rompió a llorar y sollozar mientras continuó bebiendo.
Vriginia López Bello
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