Lo que aprendí del Samaritano
A Jesús le hacían preguntas difíciles permanentemente. El objetivo no era tanto que las respondiera sino encontrar una razón para acusarlo de blasfemia y justificar así ante el pueblo y las autoridades el rechazo a ese extraño predicador que estaba conquistando un número increíblemente alto de seguidores en toda la región. Una de esas preguntas, revestida de aparente inocencia, le fue hecha por un experto en la ley de Moisés: ¿”Qué tengo que hacer para tener vida eterna?”. Jesús, conocedor de sus intenciones le contesta con otro par de preguntas: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lo entiendes? El otro no era, por supuesto un ignorante y le contesta: Ama al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” y “ama a tu semejante como te amas a ti mismo”
Aquel estudiosos de la ley se había respondido a sí mismo su pregunta. Jesús había tenido la habilidad suficiente para salir airoso de una situación en la que sus amigos buscaban razones para condenarlo. Pero el interlocutor ataca de nuevo y lo hace con otra pregunta: ¿Y quién es mi semejante? Jesús no le da una respuesta concreta. En lugar de eso les cuenta la historia del buen samaritano: “Un hombre iba de Jerusalén a Jericó y en el camino unos ladrones lo roban y lo golpean. Lo dejan por muerto. Pasa un sacerdote quien toma otro camino para no ayudar al herido. Luego viene un levita (ayudante del templo) quien al ver a este hombre, sigue su camino por otro lado. Finalmente llega un samaritano, hijo de un pueblo con el que los judíos no se entienden bien, y le brinda ayuda. Primero, asume todos los riesgos del camino y se acerca a él, derrama aceite y vino (algo así como medicinas caseras) en sus heridas y le pone vendas, lo monta en su animal de carga y lo traslada a una pequeña posada en donde lo cuidó. Al día siguiente, cuando debe partir, le paga dos monedas de plata al dueño de la posada y le dice: “Cuídalo, y si se necesita más, te pagaré cuando regrese”Al finalizar la historia Jesús le pregunta a quien le preguntaba: “¿Cuál de los tres crees tú que fue el semejante del hombre que estaba medio muerto en el camino?”. El experto en la ley le contestó:”El que tuvo compasión de él”. Entonces Jesús le ordena “Ve y haz tú lo mismo”
La orden sigue vigente hoy para todos nosotros. La palabra compasión no se utiliza hoy como en otros tiempos, pero en cambio tenemos otra que bien puede ser su sinónimo: solidaridad. Hoy como en los tiempos bíblicos y en todos los tiempos lo que hace que el hombre sea infinitamente humano es la solidaridad con sus semejantes. Aunque mi semejante sea extranjero o se congregue en otro templo, o se peine el cabello de una manera distinta o hable un idioma diferente. Cuando estamos convencidos de que el otro es importante no desviamos el camino sino que nos detenemos a ayudarlo. Eso aprendí del samaritano. Y del buen Maestro que nos contó la historia.
POR: ALEJANDRO RUTTO MARTÍNEZ
http://alejandrorutto.blogspot.com/
Lo bueno que vaya a hacer hoy, hágalo bien, por usted, por su familia y por su país. ¿Ya leíste Maicao al Día?





































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