¿Necesita el hombre a Dios?
Sin Dios al hombre solo le queda la nada.
Todo lo que Dios creó lo hizo perfecto, incluyendo al hombre. El hombre, como corona de la creación, fue hecho a la imagen y semejanza de Dios. Esta semejanza está referida a la capacidad del hombre de libre albedrío (libre determinación); a la capacidad de pensar y sentir (generar nuestros propios pensamientos y emociones); a la capacidad de percibir las cosas espirituales (palpar y comunicarnos con el mundo espiritual).
El hombre, al igual que Dios, es una persona, que tiene autoconciencia y convicción de responsabilidad moral. Pero el pecado produjo graves consecuencias en la vida del hombre: disociación de la personalidad del hombre - pérdida de la conexión existente entre las partes de su propio ser y pérdida de la comunión con Dios: separación de la fuente de vida y poder espiritual que energiza toda la vida.
Al dar lugar al pecado, el hombre enajenó la imagen de Dios en su ser. Se puede decir que en el hombre separado de Dios, está fragmentado en todo su ser (espíritu, alma y cuerpo), más bien que en unidad. Esta ausencia de Dios en la vida del hombre, genera un gran vacío existencial; vacío que sólo Dios puede llenar.
En el corazón del hombre existe un recipiente del que fluye la vida espiritual y que solo Dios puede llenar. Cuando falta Dios, ese recipiente está vacío. El hombre, entonces, no consigue real satisfacción de la vida; se puede decir que el hombre sin Dios, existe pero no vive. El hombre tiene una insaciable sed y hambre de Dios, lo reconozca o no. El hombre “suspira por esa unidad dentro de él y con Dios. Tiene una sed insaciable para el Eterno. Sea consciente de ello o no el hombre tiene nostalgia de Dios.”
El autor de Eclesiastés dice que Dios “ha puesto eternidad en el corazón del hombre”. Ese principio de eternidad – hambre por la inmortalidad, mantiene al hombre con un instinto de búsqueda por lo trascendente. Por eso el ardiente deseo por lo espiritual nunca podrá morir en el corazón del hombre. Sin Dios la vida para el hombre carece de sentido. San Agustín decía: “¡Oh Dios!, tu nos creaste para que te adoremos, y nuestra alma no descansa, hasta que no reposa en ti”.
El hombre fue creado para los propósitos de Dios, más el hombre persiste en vivir para su propios sueños y propósitos, sin considerar a Dios. Pero como dice Rick. Warren: “Enfocarnos en nosotros mismos nunca podrá revelarnos el propósito de nuestra vida. Dios es tu punto de partida, tu creador. Existes tan sólo porque él desea que existas. Fuiste creado por Dios y para Dios, y hasta que lo entiendas, tu vida no tendrá ningún sentido. Sólo en él encontramos nuestro origen, nuestra identidad, nuestro sentido, nuestro propósito, nuestro significado y nuestro destino. Cualquier otra ruta termina en un callejón sin salida”.
Pero “Dios no es tan sólo el punto de partida en tu vida, sino la fuente de ella”. Dios es la fuente que energiza la vida espiritual (el espíritu del hombre), que a su vez energiza la vida anímica (pensamientos, sentimientos y acciones del ser humano), que a su vez afecta la vida del cuerpo. Dios es al hombre como la savia a las plantas. Jesús ilustró la necesidad de esta conexión con el relato de la vid verdadera. “Yo soy la vid verdadera y vosotros sois los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”.

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