20.000 palabras que curan
Según el libro "Porqué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas", las hembras (y que nadie se ofenda pues lo utilizo para no repetir términos) necesitamos veinte mil palabras al día para exorcizar nuestras angustias, miedos, nervios y demás. Un hombre, en cambio, se vale con sólo cuatro mil. Se calla así mucho de lo que debería poner al descubierto y claro... ¡Vete a saber si por eso viven menos! O puede que no verter las preocupaciones al exterior es cancerígeno.
Yo desde luego, hace mucho que me noto que cuando me ocurre algo novedoso y excitante, parece que no acabo de asimilarlo hasta que se lo he contado como poco a dos personas. Tiene su lógica, ¿no? Cada vez que lo explicas te obligas sin darte cuenta a reflexionar sobre el suceso y éste, subrepticia e imperceptiblemente, se va definiendo y ordenando y al final, pues se queda bien guardadito en la zona de memoria a largo del cerebro, digo yo. Y si no lo cuentas, te empieza a reconcomer, te ataca con pesadillas, te hace fumar más, comer con más avidez, atiborrarte de dulces, de churros o de lo que se te ponga a mano y encima, te añade al problema unos agradables kilitos de más. ¡Estupendo! Algo harán los problemas o los sucesos demasiado excitantes para que el cerebro los tenga que combatir, ¿no? ¡Vete a saber! Seguro que producen un subidón de alguna sustancia tipo adrenalina que acaba siendo como una sobredosis letal.
Lo he comprobado: me tranquilizo paralelamente a las veces que lo cuento. Ya estaréis pensando: “Menuda habladora... Ésta te agarra y no te suelta”. Pues no. El descubrimiento más interesante es que no hace falta ni hablar del problema en sí. Se puede incluso charlar de lo que le venga a tu interlocutor. Mientras tú vayas soltando palabras...
Hoy, por ejemplo, me he quedado en estado de shock. De veras. Sin previo aviso, me llega en el buzón el horario del mes de abril en un hospital nuevo. ¡Y yo no tenía ni idea de que iba a trabajar en abril! Puede parecer muy buena noticia, así de buenas a primeras, pero a mí me ha supuesto una sola cosa: Pánico. De repente me he visto otra vez como una novata. Hospital nuevo, personal desconocido, la práctica un poco olvidada y encima... ¡en urgencias! ¡Toma! Y a empezar dentro de dos días.
Estaba claro. Había que hablar de ello. Primero se lo he contado a mi madre. Luego a mi hermana. Aún así seguía angustiada. Se lo he contado a otras tres amigas por e-mail. Después, he llamado a otra por teléfono. ¡Es que... 20000 palabras son muchas! Y viendo que no me tranquilizaba ni por ensalmo, me he bajado al parque a charlar dos horas con otras madres. Uff.... He vuelto renacida, renovada, resucitada y... ¡feliz! Por lo tanto, la fama de charlatanas que tenemos las señoras es por motivos de salud. ¿Qué suena absurdo? Puede. Pero oye, una vez le han encontrado una base científica y se tiene una buena excusa para seguir siendo cómo somos... ¡Bienvenido!
Y aquí, los maridos tienen un buen motivo para escuchar si quieren que sus parejas estén relajadas y gocen de buena predisposición... ya sabemos para qué. Ah, por cierto. En el libro también se menciona que el hombre ataca sus quebraderos de cabeza dedicándose al sexo. Pues, está clarísimo, ¿no? Escucha y... recibirás. Y en cuanto a nosotras... ¡a charlar y a disfrutar de buen humor!
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