Trastorno de Estress Postraumatico
Hay personas que han sufrido este trastorno con otros nombres. Pero aparece como tal por primera vez en 1980 en el DSM III, como una categoría global que permite reunir un amplio conjunto de estresores específicos, entre los que están la neurosis de guerra, el síndrome del trauma de la violación, el síndrome de los campos de concentración o el síndrome de supervivencia. Estas pueden ser situaciones típicas, pero no son las únicas. De hecho, con el DSM III R, publicado siete años después, se cambia el concepto mismo porque es evidente que la definición original adolece de problemas de subjetividad, puesto que no está claro lo que puede ser un “marco habitual de la experiencia humana”, y de imprecisión, ya que la exposición a estresores comunes puede ser también marcadamente angustiante para la mayoría de las personas. Nuevamente, con la publicación del DSM IV en 1994, el énfasis cambia del acontecimiento traumático a la reacción de la persona.
Efectivamente, un mismo acontecimiento puede suponer una gran carga estresora para un sujeto y un acontecimiento de poca importancia para otro, en función de variables que dependen del propio individuo, como su historia, la importancia relativa del suceso en su vida, sus recursos personales, su apoyo social, su percepción de humillación psicológica, sus rasgos de personalidad, sus creencias, o su mayor o menor capacidad de adaptación al medio.
En resumen, el sistema emocional tiene un límite, y cuando se supera hay problemas. Los cambios sociales que se viven actualmente, por muy normativos que sean, pueden producir situaciones que devengan en acontecimientos desbordantes para las personas. No supone lo mismo la pérdida de empleo para alguien que está habituado a trabajos temporales como para alguien cuya vida está vinculada cien por cien a la empresa. Ni supone lo mismo un divorcio para una persona implicada en su matrimonio y que ama a su pareja, su hogar y sus hijos, que para otra a la que le es indiferente cualquier vinculación familiar, del mismo modo que no supone lo mismo la muerte de un compañero para un soldado profesional fogueado que para un recluta. Sin embargo, tampoco se explica el síntoma sólo por la magnitud del suceso, ya que otros factores son determinantes, como la intencionalidad, la cercanía o familiaridad del agresor o la percepción de peligro de la víctima.
El tipo de síntomas asociados al cuadro clínico puede variar de unas personas a otras, pero hay tres aspectos que se repiten de forma constante:
Revivir el acontecimiento o la agresión vivida en forma de pesadillas, de imágenes y recuerdos constantes involuntarios, todo ello acompañado de malestar psicológico profundo y de hiperreactividad fisiológica ante los estímulos vinculados al suceso. Comportamiento de escape de lugares o situaciones asociadas al trauma. Respuesta de alarma exagerada, que se manifiesta en irritabilidad, dificultades de concentración y problemas para dormir. Típico de este estado es el comportamiento de evitación de sueño para no revivir recuerdos o pesadillas.Asociado a ellos se puede presentar amnésia psicógena (disociativa), rumiaciones o alexitimia.
Desde la perspectiva terapéutica, los tratamientos psicológicos utilizados son las técnicas de exposición y las técnicas reductoras de ansiedad, como la reestructuración cognitiva, entrenamiento en control de la ansiedad e inoculación de estrés.
Es importante tener en cuenta que algunos síntomas de este trastorno están presentes desde el principio, pero que otros aparecen mas tarde, cuando se dan situaciones nuevas como otras parejas, sucesos del envejecimiento, o estresores de la vida adulta. Por ello, no hay que suponer que un acontecimiento intenso reciente es la causa de este trastorno, sino que habrá que indagar en la historia del paciente para averiguar la causa real.
José Vicente García
Psicólogo www.psicologoadistancia.com

R. Rodriguez www.psicocentro.net





































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