El coach tóxico anticoaching
El coach es una persona que facilita la mejora que el cliente busca alcanzar desafiando los modelos imperfectos, es decir inefectivos, actualmente en uso y lo ayuda a que encuentre nuevas formas de ver y actuar.
Para ser efectivo un coach requiere, además de conocimientos específicos, habilidades interpersonales excepcionales y la articulación de un modelo mental particular. Debe tener la capacidad de interactuar con una mirada “estereofónica”:
Además, el coach debe confiar plenamente en la potencialidad de su cliente para resolver sus propios problemas como ser humano perfecto.
Es así como perfección esencial e imperfección operativa se integran en esa mirada o escucha que el coach sostiene y que llamo “estereofónica”.
Este modelo mental del coach tiene que ver con una interpretación que actúa como infraestructura de todo el proceso de facilitación:
“El cliente es perfecto y su forma de observar, de pensar o actuar es imperfecta porque no le está resultando efectiva para alcanzar el futuro que desea.”
Ahora bien, es posible encontrar coaches que interactúen desde otro modelo mental que podría enunciar así:
“Este cliente me llama para que lo ayude a resolver sus problemas y a mejorar, porque está fallado y yo lo voy a arreglar.”
Cuando el coach actúa desde esta forma de ver a su cliente, su actitud resulta poco respetuosa y suele terminar lastimando al aprendiz y obturando su posibilidad de aprender. Desde esta manera de pensar, el coach asume el rol de un “experto consejero tóxico” y en general:
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Cree saber qué hay que hacer para resolver la vida de su cliente. Piensa o dice cosas cómo: “Define tus metas con claridad y yo te voy a decir lo que tienes que hacer para lograrlas”.
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Cree saber qué es lo que hay que hacer para que las cosas nunca vuelvan a estar mal en la vida del cliente.
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Toma una actitud “moralista”. Cree saber lo qué está bien y lo qué está mal para su cliente, y lo escucha desde este lugar. Piensa cosas como: “¡Mmm… qué desastre! Hiciste muy mal en actuar de esa forma…”. O se hace cómplice de su cliente, en contra de aquellos que pueden estar “haciénole la vida difícil” y los juzga como buenas ó malas personas.
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Oculta sus propias dificultades y se siente intimidado cuando corre riesgos de exponerse a un límite propio. Este pseudo coach no vive como aprendiz aunque dice ser aprendiz.
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Puede reaccionar desde la exigencia, la ansiedad, el temor, la culpa, la inseguridad y la defensividad.
Por eso considero vital para todo coach que desarrolle la habilidad de estar atento a lo que le sucede, y a que trabaje consigo mismo y se convierta en un observador amoroso.
Las habilidades técnicas son necesarias para un buen proceso de coaching, pero lo que distinge a un buen coach de un gran coach, no son las técnicas sino la generosidad de su espíritu.
Cuando las personas que piden ayuda se encuentran en presencia de este tipo de “coach tóxico”, comienzan a sentirse incómodas y confundidas, y sus potencialidades se aprisionan en lugar de liberarse. Ya no se sienten seguros conversando sobre sus problemas con esta persona, por que no se sienten escuchados, se sienten juzgados y disminuidos en lugar de expandidos en un mayor respeto y confianza hacia sí mismos. Experimentan la no aceptación y una pérdida de comprensión y de confianza hacía ellas mismas y hacia las personas que deberían ayudarlas.
Prefiero considerar que el poder para encontrar respuestas efectivas y aprender es inherente al ser humano. Pero a veces parece que, al recibir entrenamiento para ayudar, quien se cree con el poder de “arreglar” al otro hiciera que estas respuestas, naturalmente humanas, quedaran opacadas. No solo los profesionales, sino todos nosotros corremos el riesgo de apegarnos tanto al rol de ayudar que nuestra habilidad de confiar en la capacidad innata del otro para superarse resulte inhabilitada.

Andrés Ubierna www.andresubierna.com www.puertomanagers.com





































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