¿Pueden Controlarse los Sentimientos?
Antaño la gente era más estoica que ahora. Eran capaces de soportar las privaciones, el dolor y los sufrimientos con mayor paciencia que la gente de ahora. El mundo era mucho más duro en aquellas épocas. Los jóvenes maduraban muy pronto y con una corta edad ya eran todos hombres. Un adolescente que hoy asiste a una escuela secundaria en aquel entonces ya estaba listo para la guerra.
Muchas veces, esas personas que no contaban con mucho menos todos los recursos que se tienen hoy, eran más felices. Ellas aceptaban la vida tal y como se les presentaba. No tenían nada en contra de sentir amor, tristeza, odio, decepción. No rechazaban ninguno de los estados emocionales ni aun los negativos.
Hoy el mundo ha cambiado. Estamos rodeados de filosofías hedonistas que nos dicen que ponerse triste es malo. Así como también aconsejan luchar contra todo tipo de miedos y ansiedades. Es como si se quisiera extirpar de la mente todos los sentimientos y emociones que no sean agradables.
Pero independientemente de la razón que tengan para existir ¿pueden controlarse? Es decir, ¿existe algún método para decidir no sentir más miedo, más ansiedad, más añoranza, más decepción, más odio, más celos, más envidia, más tristeza? Antes de contestar esa pregunta cabría hacer notar algo. Y es que a la vida afectiva de una persona le faltaría más de la mitad si no fuera capaz de vivenciar tales sentimientos.
Pero bien, hace mucho tiempo se hizo una observación aguda: la gente tiende a reaccionar emocionalmente no hacia los hechos sino hacia lo que interpreta de los hechos. Por ejemplo, un año obligatorio de reposo en cama puede ser lo mismo un acontecimiento emocionalmente adverso como satisfactorio. Todo depende de cómo sea interpretado.
Desde ese punto de vista se podrían controlar las emociones. Basta controlar nuestras interpretaciones de los hechos y ya. De esa manera se podrá decidir qué experimentar ante cada acontecimiento de la vida. Es decir, el pensamiento lograría controlar a las emociones. Si alguien considera que extirpar buena parte de la vida emocional humana es buena idea, pues estará entusiasmado con esta posibilidad.
Pero antes de que el entusiasmo se extienda demasiado tendrían que realizarse algunas observaciones. La primera es que suponiendo que el pensamiento pudiera controlar a las emociones habría que preguntarse lo siguiente: ¿Y quién controla al pensamiento? ¿Podemos controlar nuestro pensamiento? Ciertamente no. El pensamiento es un proceso mental afortunadamente libre. Con suerte se nos ocurren las ideas incluso antes de que podamos hacer nada para evitarlo. Los buenos y malos pensamientos aparecen sin que podamos evitarlos.
Podría una persona percatarse de que su interpretación de los hechos no es muy feliz. Entonces haría un esfuerzo por verlos de una manera más conveniente. Sin embargo, el malestar provocado por la primera impresión ya fue generado inevitablemente. Y como si fuera poco, no podría olvidarse fácilmente la primera interpretación. A lo sumo coexistirían ambos puntos de vista por lo que los sentimientos negativos no desaparecerían.
Y por último, aun en el caso de aceptar que las emociones son completamente determinadas por los pensamientos, hay otro detalle. Si no estamos locos nuestros pensamientos responderán a los hechos. Nuestras ideas guardan una relación con la realidad objetiva. Si algo es negro o blanco no deberíamos pensar que es azul o amarillo.
Eso quiere decir que al menos indirectamente, las emociones sí están conectadas con los acontecimientos. Las emociones no están dislocadas con la realidad. Y debe tomarse en cuenta que existen acontecimientos tanto favorables como adversos. De ese modo deberíamos entender que necesariamente habrá estados emocionales tanto positivos como negativos.
Y eso es una suerte. Porque no poder sentir todos los afectos humanos sería una pena. Es como si tratáramos de probar el delicioso y diverso manjar de la vida con un paladar defectuoso. Uno del que se suprimieron el sabor ácido, salado y amargo. Eso sería francamente muy empalagoso, porque todo sería repugnantemente dulce.
Aceptemos pues todos nuestros sentimientos y afectos. Tratemos de que guarden relación con los hechos. Sintamos amor, felicidad, miedo, decepción... porque eso, eso es precisamente estar vivos y vivir.
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Alejandro Capdevila





































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