El Egoísmo y el Amor son Excluyentes
Antes de amar a otra persona hay que amarse a uno mismo. Esa conclusión se deriva de considerar qué es el amor. Ese sentimiento es la devoción en alma y muchas veces en cuerpo hacia alguien. Cuando estás enamorado tratas de dar lo mejor de ti al ser amado. Sacas virtudes desconocidas, te vuelves poeta, romántico, insomne. Cazas todo lo bueno que hay en ti, incluso te superas y te conviertes en alguien mejor. Y cuanto antes entregas todo lo que de bueno hayas en ti.
Pero qué sucedería si no te amas a ti mismo, si no encuentras nada valuable en ti mismo. No tendrías entonces nada que entregar, no se despertaría nunca en ti esa necesidad. Y por lo tanto, serías incapaz de amar a otros si no te amas primero a ti mismo.
Sin embargo, el amor conlleva al desprendimiento de todo interés personal. La persona amada se convierte en una de las cosas más importantes del mundo. Pudiera llegar a ser la razón más importante para volver a despertar cada día. El ser amado es la inspiración, el motivo, el suspiro, la energía que vigoriza al alma. Cuando estás enamorado de verdad puedes llegar a descuidar tus asuntos personales.
El amor puede llegar incluso al sacrificio. Alcanzas el momento en que no te importas, solo persigues la unión espiritual con la mejor persona que has conocido jamás. Tus virtudes llegan a serte indiferentes, así como tampoco te importan los defectos de la persona amada. Toda en ella es virtud, y aun echas de menos sus faltas.
No se puede estar enamorado de uno mismo y aun amar a alguien más. El amor a uno mismo es absorbente, competitivo, celoso. El amor a uno mismo está lleno de soberbia. Lo pone a uno mismo por encima de cualquier otra cosa o persona. Por ello, ningún otro ser de este mundo nos parece realmente digno de nuestro interés sincero. Es decir, se nos hace imposible vivir el amor.
Los amantes que ante todo se aman a sí mismos solo son capaces de obsesionarse con la otra persona. Pueden llegar a perseguirla cual si fuera otro capricho más para complacer su egoísmo. No están más que en la búsqueda de algo que envidian, desean, quieren con todas las fuerzas de su interés personal; pero que no aman.
Son capaces de infringirle daños o destruirlo por tal de que no pertenezca a nadie más. No le interesa la felicidad del ser perseguido. Aspiran a atraparlo para ponerlo en cautiverio. Solo le interesa la complacencia personal de alcanzar un objeto que ven brillar y volar libre.
La persona enamorada de sí misma siente celos y se llena de miedo de no ser correspondida. El ser de su frenesí no pasa de ser una deseable propiedad más que ofrendarle a su verdadero amor: ella misma.
La persona que sí ama espera ser correspondida. Pero si eso es imposible, la persona que ama verdaderamente aún es feliz. Se llena de sana satisfacción al ver a su ser amado dichoso. Solo espera que le vaya bien y lo único que lamenta es no tenerlo más cerca para amarlo todavía más.
El que de verdad ama, no daña sino que protege. No maldice el desaire sino que lo comprende. Y sea o no sea su cariño correspondido, vive una de las experiencias más hermosas de las que es capaz el ser humano.
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Alejandro Capdevila





































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