Tranquilo, no pasa nada
Son incontables los acontecimientos adversos que tiene que vivir cualquiera. No todo es dicha en esta vida. Es por eso que tiene sentido hablar de felicidad. Si no hubiera nada opuesto con qué compararla no se usaría esa palabra. Piensa ahora en algún hecho que te esté preocupando o te haya afectado recientemente.
La mayoría de las personas cree que son los hechos indeseables los que afectan. Parece evidente desde el punto de vista del sentido común. No obstante, desde hace un tiempo existe otra idea. Y es que no es la realidad la que hace que una persona se alegre o sufra. Ahora muchos consideran que más bien es la interpretación que se haga de ella.
Ese planteamiento es evidentemente falso. Y una de las razones es que si alguien es atropellado por un auto no es la interpretación del accidente lo que lo hace sufrir dolor. Son las fracturas y otros traumatismos sufridos por la colisión. La realidad es objetiva, es decir, no depende de nuestra visión sobre ella. Plantear lo contrario sería caer en una posición subjetivista.
De todos modos, hay algo de cierto en el planteamiento. Sí es verdad que lo que interpretemos de los hechos puede influir en nuestra actitud hacia ellos. Ocurre al menos de manera ocasional. Por eso algunos dicen que debemos interpretar la vida de la manera más agradable posible. Aunque no parece que debamos sobredimensionar esa idea.
Nadie quiere, supongo, tener una interpretación de la vida que lo haga feliz pero que sea falsa. Las personas quieren ser realistas, sentirse satisfechas en base a los hechos. No quieren enajenarse de la vida cual si fueran locos.
Así que si algo hay que cambiar en nuestras interpretaciones de la realidad son los pensamientos equivocados. Por cierto, muchas veces una persona sufre innecesariamente por imaginar o suponer cosas que no son ciertas. Tal vez un ejemplo claro es el del marido celoso que está casado con una esposa fiel. Él sufre por lo que se imagina, no por lo que ocurre de verdad.
Pero muchas veces la realidad no es imaginariamente dura. Yo diría que con demasiada frecuencia para los seres humanos las cosas son verdaderamente difíciles. No hay nada que corregir en sus ideas sobre los hechos. Las situaciones infortunadas son una realidad.
Pero hay una cuestión que se pasa muchas veces por alto. El mismo hecho real y desafortunado afecta a dos personas en diferente medida. No importa que la interpretación que hagan del mismo hecho sea similar. Por ejemplo, dos hombres abandonados por sus esposas interpretan todo lo que se puede interpretar sobre el asunto. Sin embargo, uno de ellos está destrozado. Mientras que el otro está perfectamente tranquilo y adaptado a la nueva situación.
Podrá decirse que lo que sucede es que uno estaba más enamorado que el otro. Puede ser sin dudas que así haya sido. Y es por ahí por donde ronda la cuestión sobre la que quiero llamar la atención. Las personas le atribuyen diferente nivel de importancia a los mismos hechos. Y lo que es más, una persona es capaz de decidir qué nivel de significación le va a atribuir a un hecho desafortunado.
Y ese es el verdadero quid de la cuestión. Mucha gente es desgraciada no solo por la interpretación que hace de un hecho en concreto. Lo es especialmente por la repercusión o importancia que le atribuye a ese acontecimiento. Porque con mucha frecuencia hacemos una tragedia de situaciones triviales. Sobrevaloramos las cosas que pudieran ser significativas pero no lo son tanto.
Y aquí va el consejo: ante un acontecimiento molesto, tranquilo que no ha pasado nada. No hagas de una pequeña o mediana ola de desgracia, todo un devastador tsunami. Antes de tomarlo tan a pecho piensa en todas las desgracias juntas que ya has tenido que vivir y has superado. O mejor todavía, piensa en las peores desgracias de este mundo y en todo lo malo que pudiera haber pasado y que no ocurrió. No juzgues tus problemas en abstracto, hazlo como lo que es, uno más de todos los que tiene que enfrentar la humanidad. Y créeme, la mayoría de las veces nuestro malestar espiritual ante un hecho no es más que una respuesta exagerada.
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Alejandro Capdevila





































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