Atrévete a conocer la profundidad de tu ser
Haz de cuenta que eres el dueño de un extenso valle, rodeado de altas montañas y en cuyo centro hay un gran lago de enormes dimensiones y profundidad, parecido al Titicaca de Bolivia. Te preguntan si conoces bien tu territorio y tú respondes con absoluta certeza que sí. Que lo has recorrido de un extremo a otro y que conoces todos los senderos que hay en él. Que tienes muy clara la clase de animales que hay y la cantidad aproximada de ellos en cada zona. En definitiva, que nadie conoce tu territorio como tú mismo.
Te preguntan si puedes decir lo mismo del lago central y, obviamente, respondes que lo has navegado y recorrido tanto o más que al resto del valle. Que sabes muy bien qué clase de peces se pueden pescar y más o menos por dónde abundan los de cada especie. Sin embargo, tu interlocutor te hace una pregunta que te descoloca:
— ¿Y a lo que hay bajo la superficie del agua, también lo has recorrido y conoces como a la superficie?
— ¡Qué pregunta más estúpida esa! ¿Para qué voy a recorrer debajo del agua, si no soy pez y vivo en la superficie? Además, el lago es demasiado profundo como para poder llegar hasta el fondo.
Tu interlocutor te replica:
— Pero los peces son parte clave de tu dieta y economía. ¿Cómo puedes saber que pronto no escasearán o que tienen todo lo que necesitan para seguir reproduciéndose sanos? ¿Conoces bien sus costumbres y modos de vida, de reproducción, hábitat, enemigos naturales?
— Para eso no necesito sumergirme, me doy cuenta perfectamente de los resultados cotidianos de la pesca.
— Quizás tengas razón. Pero, ¿cómo sabes si en el fondo no hay una gran ciudad antigua, anterior y más espléndida que las de los Mayas? ¿Cómo sabes que no hay tesoros arqueológicos o, incluso, hasta formas de vida desconocidas que no se asoman a la superficie y nunca fueron capturadas al pescar?
— ¡Bah!, eso es muy improbable. Además, no hay medios ni forma de llegar tan hondo. Y menos para tan solo satisfacer la duda de que “no hay” nada raro ni fuera de lo común.
Te tomas una pausa y añades:
— Además, las aguas son tan oscuras, que a los pocos metros no se pueden ver ni las manos ante la nariz. ¿Cómo se podría descubrir si hay algo más abajo y qué es?
— Tecnologías hay suficientes, te responde tu interlocutor.
— Yo no voy a invertir una fortuna económica y de tiempo en sacarme dudas para corroborar si el fondo es tan normal como el resto. No cuando no hay suficientes pruebas o indicios válidos de que pueda haber algo que lo justifique.
— En tal caso -propone tu interlocutor- si lo hiciera yo, ¿estás dispuesto a cederme todos los derechos sobre lo que pueda descubrir al hacerlo? Firmando contratos legales bien claros y detallados, por supuesto.
Y a ti te queda la duda que se vuelve corrosiva.
¿No era que conocías a tu territorio mejor que nadie?
Un extraño llegó y te puso en evidencia que hay un espacio muy grande ¡y central! del cual sólo conoces la superficie y muy poco de lo que realmente puede contener por debajo.
Sabes perfectamente que hay muchas leyendas y mitos acerca de la profundidad del lago, sin embargo, hasta ahora lo habías tomado como charlatanería, superstición o fanatismo religioso. Pero, ¿y si realmente hubiera una ciudad maravillosa que quedó sumergida hace milenios? ¿O formas de vida desconocidas que no necesitan subir a la superficie y nunca fueron atrapadas por redes o anzuelos?
Esta clase de pensamientos te molestan porque te hacen sentir impotente y limitado. Y lo peor es que menoscaban tu autoestima, pues ya no puedes decir con certeza y orgullo que conoces todo tu territorio perfectamente. Y es que lo más grande y quizás lo más importante, no lo conoces y probablemente nunca lo llegues a conocer.
Por esta razón hallas argumentos que te resulten adecuadamente convincentes a fin de no darle importancia a la “charlatanería” de lo que puede haber o no en el fondo para evitar, a través del autoconvencimiento, afligirte por la duda.
Entonces, te demuestras forzosamente que es un completo absurdo. Que es estúpido siquiera intentar invertir tiempo y dinero para tan sólo descubrir que disminuiste tu balance en banco y en calendario, solo para convertirte en auténtico motivo de burla o compasión.
Pero desde ese día, cada vez que ves al gigantesco lago, te asalta un pequeño estremecimiento con la duda: ¿y si realmente hubiera algo? ¿Algo tan importante que me cambiaría completa y positivamente la vida?
En esta historia sobre cuánto te conoces, el valle es la totalidad de tu propio ser. El tú, es tan sólo tu parte consciente que cree ser el amo, el que dice conocer la totalidad. El lago grande como el Titicaca representa a lo que suele denominarse el inconsciente. La ciudad sumergida con todos los tesoros y peligros que pueda contener, representa las creencias, patrones, programas de cuya existencia no te percatas la mayoría de las veces.
Las formas de vida desconocidas son las habilidades, competencias, capacidades que nos podrían traer grandes satisfacciones, pero que no nos atrevemos a explorar, pues nos conformamos con sustentar el cómodo estilo de vida al hacer uso solo de los peces que son fáciles de atrapar.
Dependemos de lo que está en el inmenso lago de posibilidades, de excelencias, de grandiosidades, eso que está bajo la superficie de lo consciente. Pero como sus aguas son tan oscuras, damos por obvio qué es imposible saber qué y cuánto hay allí, así que simplemente pescamos lo que podemos y como podamos.
Si no somos capaces de reconocer lo que hay dentro de nosotros, difícilmente reconoceremos las virtudes de los demás. Es importante que dirijamos los ojos hacia nuestro ser y descubramos los innumerables y valiosísimos tesoros que tenemos por virtudes. Al hacerlo, no solo le estaremos dando un espaldarazo a nuestra autoestima, sino que también estaremos incrementando la capacidad de ver fortalezas en los otros, al mejorar, además, la visión del mundo que nos rodea. “Nadie ve afuera lo que no puede ver adentro de sí”, mencionó alguna vez un sabio.
"Cada trecho recorrido enriquece al peregrino y lo acerca un poco más a hacer realidad sus sueños”
P. Coelho

Jaime Mora Director de www.impulsate.com





































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