¿Es sencillo distinguir entre ciencia y pseudociencia?
Cuando decimos que algo es científico, solemos dar a entender que es auténtico, evidente y seguro. Por eso, todos quieren que su área de conocimiento sea tratada como científica. Otros campos de estudio son calificados como pseudo-ciencientíficos o falsas ciencias, cuyos practicantes denominan a su actividad científica e incluso utilizan el lenguaje científico. Pero, ¿cómo se puede separar lo científico de lo que no lo es? No es tarea fácil. Delimitar las fronteras de la ciencia sería un trabajo sin éxito1. Esta frontera que separa la ciencia de la pseudo-ciencia está definida por el criterio de demarcación que se utilice. Éste ha sido objeto de debate de muchos científicos y filósofos de la ciencia del siglo XX.
Kant estableció que los juicios que constituyen toda ciencia debes ser sintéticos a priori. Sintéticos porque han de ser extensivos, es decir, nuestro conocimiento de la ciencia ha de ser ampliado. Y a priori porque su verdad no puede depender de la experiencia, la cual es particular y no universal; de esta manera también son necesarios. Éste es un ejemplo de criterio de demarcación. Como tal privará a otros saberes de ser llamados científicos.
Otro criterio de demarcación sería el que estableció el Círculo de Viena: sólo es científico aquello que es empíricamente verificable. Aquello que no se puede demostrar por la experiencia no es verdadero ni falso, carece de sentido, no es científico.
Popper se mostró crítico ante el Círculo de Viena. Su criterio de demarcación se basaba en la falsabilidad. Ésta establece que el verificar continuamente una teoría no sirve para probar su validez porque puede haber un objeto que no haya sido sometido a análisis y que desmienta esa teoría. Muchas verificaciones no prueban la validez absoluta de una teoría pero una sola que la refute la invalida. Por ejemplo, si vemos uno, dos, tres... cisnes blancos, nos atreveríamos a decir: “Todos los cisnes son blancos”. Pero en el momento que viéramos uno negro, nuestra teoría sería falsa. Sin embargo, podríamos afirmar: “Todos los cisnes no son blancos”. Es así como avanza la ciencia. Camina hacia la verdad aunque no la alcance; pero siempre que se refute una teoría, estará más cerca de la verdad que antes.
Por tanto, catalogar una argumentación como pseudo-científica depende del criterio de demarcación que utilicemos. Por ejemplo, si queremos saber si la metafísica es una ciencia, según Kant lo será siempre que sus juicios sean sintéticos y a priori. Si la sometemos al criterio de demarcación del Círculo de Viena, no será una ciencia porque sus conclusiones no pueden verificarse empíricamente. Popper tampoco la calificaría como ciencia, aunque aceptaría que posee lógica entre sus juicios y que éstos son racionalmente criticables (aunque no empíricamente). Pero no hay que pasar por alto que la metafísica trata de realidades que no son sensibles, por eso sería absurdo hacer que demostrara su validez en un campo en el que no es aplicable.
Por eso, actualmente es muy aceptado el criterio de demarcación independiente en cada ciencia y que se basa en: coherencia lógica (o interna), verificabilidad de los enunciados y precisión simbólica (delimitar claramente a qué se refiere cada concepto o elemento empleado). Cada ciencia dará distinta importancia a cada uno de estos tres criterios. Como resultado, el científico puede saber el grado de certeza en el que se sitúa la ciencia que se está estudiando. Retomando la metafísica, comprobamos que tiene coherencia lógica, precisión simbólica y una verificación que se limita a lo racionalmente criticable. Por lo tanto, usando este criterio de demarcación, la metafísica es una ciencia.
En el ámbito de las ciencias experimentales, tiene mucha influencia el método científico. Pero el uso de éste no nos permite investigar qué es la ciencia. Al usar este método pueden cometerse ciertas actitudes precipitadas que conducen a conocimientos poco seguros, quizás pseudo-científicos. Pongamos un ejemplo: la fórmula de Frank Drake2, fundador del SETI3, la cual nos ofrece el número de civilizaciones tecnológicamente existentes y que pueden realizar una comunicación interestelar:
N=R*.fp.na.fv.fi.fc.D
Si seguimos la línea de pensamiento del Círculo de Viena necesitaríamos verificar esta fórmula para que fuera científica. Ésta es la actitud que quizás toma el proyecto SETI: parabólicas orientadas hacia el firmamento escuchando si se recibe alguna señal que parezca tener una estructura lógica desarrollada por una civilización inteligente. Por tanto, quedaría en entredicho durante el tiempo que tardara en realizarse un contacto. Pero si se produjera, nos encontraríamos ante una fórmula totalmente científica (si también ha predicho de manera correcta el número total de civilizaciones). Popper no la consideraría científica porque no es falsable: para ello haría falta rastrear todo el universo y comprobar que no existe ninguna otra civilización; una vez hecho esto, sería desmentida, pero resulta imposible realizar tal viaje interestelar. Por último, podemos fijarnos en el criterio de demarcación descrito anteriormente. Por un lado, es difícil determinar el grado de coherencia lógica o interna que posee esta fórmula. Algunos podrían argumentar que existiendo el caso de la Tierra sería lógico que también se diera en otras partes del Universo, otros lo negarían. La verificabilidad de los enunciados es técnicamente imposible, como ya se ha comentado anteriormente. Por último, la precisión simbólica no es del todo buena ya que utiliza muchos conceptos que además no han quedado claros en otras ciencias y que ya se dan por supuestos (por ejemplo: el hecho de aceptar que se pueden formar otros sistemas planetarios similares al nuestro, lo cual es algo que actualmente se está estudiando en la astronomía; dar por completamente supuesta la evolución; afirmar que el hombre no es el único ser racional, etc.). Así, se puede apreciar un grado bajo de certeza. Algunos calificarían el desarrollo de esta fórmula como una argumentación pseudo-científica. Otros como una “propuesta interesante” o como una simple probabilidad, estadística o juego matemático.
Hay otros caminos que permiten hacer pseudo-ciencia, y de manera más rápida. Éste es el caso de la teoría que para demostrarse a sí misma, toma elementos pertenecientes a un campo ajeno al de su estudio. Por ejemplo, la teoría que afirme una evolución biológica en la que ha intervenido directamente Dios en los pasajes de ésta menos esclarecidos, es claramente pseudo-científica o un caso de falsa teología.
Ante todo, es bien aceptada la actitud que Popper ofrece ante la ciencia. La cual es un conocimiento ascendente hacia la verdad, que nunca la alcanza pero que tiende hacia ella (falsabilidad). Ahí está la importancia de buscar experimentos que desmientan una teoría, para poder fabricar otra más cercana a la verdad. Hay que tener en cuenta que si estuviéramos toda nuestra vida sumergidos en un error, nunca alcanzaríamos la verdad; ni siquiera nos acercaríamos a ella. Por eso la actitud del científico ha de ser crítica. Popper tacha de pseudo-científicas aquellas teorías o ideologías que no sólo no son desmentibles sino que además impiden serlo. Tal es el caso del marxismo o del psicoanálisis de Freud. Estas teorías que pretenden explicar todo, en realidad no explican nada. Por ejemplo, Marx predijo que si los salarios disminuían, era porque los capitalistas estaban explotando a los obreros, y si se elevaban, era porque los capitalistas estaban intentado resurgir, por medio de una serie de sobornos, un sistema que aparecía debilitado. Con esas predicciones es imposible desmentir estas teorías que Popper consideraba, por tanto, anticientíficas y falsas, además de dogmáticas y no racionales. Otras ciencias de esta misma índole (dogmáticas y no racionales) son: astrología, creacionismo, homeopatía, parapsicología, numerología y ufología, entre otras. Justo, en el lado contrario se encuentra Einstein, cuya actitud era considerada por Popper como la verdadera actitud científica ya que Einstein era crítico con su Teoría de la Relatividad y ofrecía experimentos cruciales que podrían desmentirla.
Por otra parte el estudio de la ciencia no se corresponde con el desarrollo de ésta. Éste está sometido a intereses económicos y junto con la técnica, se emplea en campos alejados de la ciencia (por ejemplo, el uso de la energía nuclear, cuyos principios se basan en descubrimientos científicos, ha llegado a usarse con fines militares). Por eso es importante que la actitud del científico sea la de contribuir al saber y la de fomentar el estudio de la ciencia en cuestión, junto con otras que le ofrezcan un apoyo para no alejarse de su fin humano (la bioética, por ejemplo) que es alcanzar la verdad.
Llegamos a la conclusión de que los argumentos científicos se distinguen de los pseudo-científicos por el uso de un determinado criterio de demarcación. Una vez establecido éste, podemos saber fácilmente si se trata o no de ciencia. Lo realmente difícil y quizás imposible, es establecer un auténtico criterio de demarcación, es decir, marcar las fronteras de la ciencia. De todas formas, la ciencia funciona y prueba de ello es el uso práctico que se hace de sus descubrimientos por medio de la tecnología. No hay que olvidar que la ciencia es un conocimiento que busca la verdad. Además, parece que es el más fiable y seguro. Por eso, todo aquel que se preocupa de fomentar su conocimiento científico está encaminándose de algún modo hacia la verdad o hacia una parte de ella. Hay saberes que gozan del título de ciencia ya que decididamente conducen hacia la verdad; otros, del de pseudo-ciencia, quizás porque su recorrido hacia la verdad sea de un modo misterioso y alejado de la racionalidad. Estas áreas de conocimiento están esperando ser acogidas por la ciencia, como si la pseudo-ciencia fuera un escalón anterior a ésta dentro de unas escaleras que suben hacia la verdad.
Juan Pérez (airjuan)
http://www.preingenieros.com






































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