Intolerancia.17
Cuando Sebastian cumplió el tiempo obligatorio en el servicio militar, consiguió una beca para ir a estudiar un año a la universidad de Berkeley, en San Francisco.
No le gustó nada a Ruth esa decisión -Tu también vas a dejarme ahora?- le dijo con una tristeza imposible de disimular y lágrimas en los ojos.
-No mamá, no te dejo, voy a especializarme, pero volveré- le dijo su hijo dándole un beso tierno en la mejilla.- Será sólo por un año y te prometo que vendré a visitarte cuantas veces pueda. Además tú podrás aprovechar para visitar, en tus vacaciones, a tu amiga que vive en el mismo lugar y entonces pasaremos mucho tiempo juntos. Prometo reservar todo mi tiempo libre para tí. Probablemente vas a decirme que te deje tranquila, pues querrás compartir también tiempo con tu amiga. Verás que no te será tan difícil. Te llamaré y chatearemos todos los días. Te lo prometo-.
-Y que haré yo sola mientras tanto?- le preguntó a su hijo como esperando una solución mágica que por supuesto, Sebastian no podía ofrecerle.
-Madre tienes muchos amigos. Tal vez sea tiempo que decidas tener una relación seria en lugar de las temporarias que estas teniendo desde que……..pasó todo aquello (no quiso pronunciar la palabra muerte porque sabía que su madre no quería oírla)-.
-Ya te he dicho en infinidad de oportunidades que nunca más voy a tener una relación estable- le dijo encolerizada a su hijo.- Ya la tuve. Fue maravillosa. No pienso compararla con nada-.
-No tienes necesidad de compararla- le contestó su hijo. Te tendría que bastar con vivirla con intensidad-.
-No tengo capacidad para querer a nadie nuevo, hijo, se que tu no lo entiendes, pero mi corazón se paró ese día y sólo late para mantenerme con vida para ti, pero no para sentir-.
-A lo mejor en mi ausencia cambias de opinión- le replicó su hijo abrazándola tiernamente -Te lo deseo de todo corazón. Eres una persona joven aún y tienes derecho a sentir y vivir el amor, no sólo el sexo-.
-Ojala nunca te toque vivir una situación parecida – le respondió su madre sintiendo que estaba apunto de prorrumpir en un llanto profundo, -Sería la única forma que puedas entenderme-
-Muchas personas han sufrido una desgracia como la que te ha tocado, y no creas que le estoy quitando valor a lo pasado- le contestó cariñosamente su hijo mientras seguía abrazándola. –Y la mayoría, pasado un tiempo, se reponen y vuelven a empezar con nuevos brios-.
-No lo esperes de mí hijo, lo lamento- y se puso a llorar desconsoladamente.
Sebastián ya no sabía que más decir para calmarla. Nada servía. De verdad su madre sentía que el corazón, sólo le latía para mantenerla con vida, una vida que no quería seguir viviendo.
Por otro lado pensaba que su cruz también era grande, aunque tenía bien claro que no tanto como la de su madre, y que tenía derecho a forjarse un futuro y pensar en él.
Cuando llegó el día de la partida, ella se encargó de llevarlo hasta el aeropuerto.
Estuvo colgada de su brazo mientras hacía todos los trámites pertinentes, como si no quisiera desaprovechar ni un instante de su hijo. Cuando el avión alzó vuelo, sintió una profunda congoja en el corazón y se puso a llorar desconsoladamente, en un aeropuerto repleto de gente.
El personal de seguridad la llevo a enfermería, donde le inyectaron un sedante. Le preguntaron por alguna persona a quien llamar para que viniera a buscarla, pero ella se negó. Decidió tomar un taxi, pues no se sentía en condiciones de manejar, debido a la congoja que la embargaba y por el efecto del sedante
- Mañana vendré a buscar el coche- pensó sin darle ninguna importancia y se subió al taxi que la llevaría hasta su casa, trayecto que recorrió sin poder dejar de llorar.
El taxista le preguntó si podía ayudarla de alguna manera, pero ella le dijo entre sollozos: -sólo Dios puede hacerlo y parece que se ha olvidado de mí- con estas palabras, le abonó la tarifa y se bajó del taxi.
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