tata Noe
No era muy alto, pero lo curioso era que era considerado como un indígena mas. Si piel era casi blanca como los criollos y lo particular de sus ojos que eran del color del cielo. Algunos de sus hijos le sacaron el color de los ojos. El era mi Tata Noé, mi abuelo, cacique de las comunidades de mollebamba y Mollepata. Siempre trabajando, ya sea en los campos de labranza que le habían destinado los comuneros, como también en la casa alrededor de su maquina de hacer helados de frutas. Era lo que mas me gustaba, los helados de frutas, tan diversas y deliciosas en mis pocos años de vida. Sus hijos preferidos era mi Abuelo, su hijo mayor que siguió la tradición de sus ancestros y se caso con su prima hermana y tuvieron a mi padre. El cual también era su preferido, como lo fui yo también cuando nací. Me contaba mi Mamacona Herlinda de cómo había llorado cuando naci sangrando en los ojos. Se fue por varios días a los cerros a hacer su ceremonia a sus ancestros y Apus para pedir que me sanaran de lo que tenía al nacer. No vino en un mes y al regresar según contaba mi tatarabuela, llego muy demacrado por el ayuno por su bisnieto más querido y amado, pero alegre pues la hoja de coca le había indicado que era una señal. El comienzo de la era del cóndor, legado que solo lo conocen los escogidos de las panakas que estuvo trasmitida de generación en generación como un deber.
Como recuerdo a mi tatarabuelo en la habitación más grande de la casa, con su maquina de hacer helados, era traído a ella por mi ayito, quien también era mi amigo de juegos, aunque el era mayor, recuerdo su nombre o su sobrenombre: Yume que significa en Cullie, el que guarda lo sagrado. Yo le había puesto otro nombre: Tachito, por su andar encorvado y silencioso y andaba diciendo, el niño esto y aquello. Yo no sabía por que tanto me decía niño, por que no me llamaba por mi nombre como los demás. Así también me llamaban cuando bajaba a las comunidades donde mi Mamacona Herlinda tenía sus sembríos. Los ayos me decían el niño, para allá, el niño para acá. Siempre en la mañana doña Eulalia me traía la leche de las alpacas para que lo tomara calientita. Le decía también a mi Mamacona, mi Niña Herlinda he traído su leche para el niño. Y después nos llevaba a la cocina donde nos invitaba el cushalito, que es una sopa de papas con hierba buena.
A tata Noé siempre lo visitaba por los helados; aún después de muerto mi Padre y el Tata ya anciano seguía viajando hacia los apus de la cordillera Blanca a traer el gua como piedra pata hacer sus helados. Salía de Santiago con su piara de Llamas, burros y caballos hacia su destino a traer el hielo como yo lo conocía. Era hermoso ese espectáculo en que mi Tata con su indumentaria particular, con su poncho marrón con ribetes de oro salía presuroso hacia los nevados. Todo el pueblo se sentaba en dirección de Cabracay para verlo partir y despedirlo con la mano. Yo muy niño en las faldas de mi mamacona disfrutaba el espectáculo que se me daba en mis ojos. El andaba con una vara muy larga que adornada con muchas alegorías, me decía que representaba a nuestra verdadera nación. La que todos desconocían, incluso mucho de los que ya vivían en el pueblo y que se habían dado al vicio de los occidentales y no seguían las costumbres de nuestros padres. Eso le dolía a mi Tata y por eso cuando yo llegaba, me contaba muchas cosas e historias de nuestras naciones, que no eran reconocidas por los chapetones como el les decía. Me hacia agarrar la gran vara de autoridad como apu cacique que le recordaba como única herencia que teníamos de nuestras naciones y me hablaba que tenia que hacer realidad sus sueños de que su cuerpo convertido en polvo vuelva a sentir que nuestras naciones vuelvan a surgir e imponerse a los chapetones. Su esposa mi tatarabuela me engreía y si quería cuyes, rapidito se iba a la cocina a que la aya me lo cocinara, todo uno entero para mi. Muchas veces me mandaban hacer mis zapatos donde el zapatero Don Gerardo, tenia el mismo nombre que mi abuelo y eso le hacia gracia a mi Tata.
Solo me dolió el día en que se fue de este mundo. Su cuerpo siempre sostenía el olor de las flores y tenia una gran sonrisa. No quise recibir la vara de mando de nuestras naciones, pues en esos momentos creí que debería permanecer en sus manos ya que nuestras naciones seguían siendo esclavas del mundo occidental. Solo le dije Adiós Tata Noé.
Juan Esteban Yupanqui Villalobos
Túpac Isaac II Juan Esteban Yupanqui Villalobos http://juanestebanyupanqui.blogspot.com
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