Era tarde en los cerros
Era tarde, el sol iluminaba todos los apus tutelares de la comarca. Todos los Sinchis y el sapa reunidos en torno al fuego de la tarde, absortos se contemplaba los acontecimientos sucedidos en todos estos tiempos en que vivimos el despertar de nuestras mentes, de nuestra historia, de nuestro pasado. El haber vivido entre sombras e invisibles en estas comunidades gobernados por los Caras, Mistis y Criollos. Como el que también vivan muchos de nuestros hermanos desconociendo su origen, sus dirigentes sus autoridades, aquellas que emanan de la misma visión con que se vivió milenios. Pero que ahora embrutecidos con la filosofía occidental se atosigan y mueren como ratas en el desierto, por querer aspirar al edén occidental, que nada tiene que ver con los que nosotros percibimos como mundo, como pariverso. Existe un convenio dictado para protegernos por parte de una de las organizaciones occidentales, pero ni aún eso se cumple. Seguimos viviendo en covachas sin la dignidad que estuvimos acostumbrados en la época de nuestros padres ancianos. Se nos quiere enseñar una religión destruye al hombre y todo lo que le rodea. Se nos enseña a odiar a nuestro enemigo y a mentir envenenando nuestros sentimientos.
Ahora recuerdo con nitidez las costumbres occidentales, de odiar y amar como dos sentimientos encontrados; amamos todo lo que se mueve en su orden que nos da la naturaleza, tal como debería ser el discurrir de la naturaleza y tomamos de ella de acuerdo a nuestras necesidades pero sin dañar a ella. En occidente el afán es solo conseguir el placer para uno, como unidad egoísta sin ver al semejante a pesar que en su religión hablen de amar al semejante, pero no lo hacen. Su amor es destructivo de todo lo que se ve.
Para ellos nuestras batallas rituales en que sacamos todo lo que llevamos en nuestro interior como atadura para expulsarla y vivir con armonía, aún con nuestro semejante que quito nuestro pan de nuestra mesa o nos quito a un hermano de nuestra casa para desaparecerlo. No lo entienden. Si somos dos mundos y a pesar de ello lo aceptamos con cosas que para nosotros son aberraciones incongruentes para nuestras visiones y nuestro modo de vida de milenios. A pesar del escarnio que hacen de nosotros nuestros hermanos que enfermos con la peste occidental se creen con la verdad; pero le decimos que ha hecho la verdad occidental con sus conocimientos y religiones, si no destruir el mundo en que vivimos. Antes podía caminar por los bosques de los llanos y perderme en el, jugar con todos los seres que habitan en el, tomar el agua límpida que discurre en ella, saborear el dulce manjar sin color sin olor que mis labios recibían. Ahora por la acción de los mismo runas que envilecidos por las doctrinas del hombre occidental han despertado en el todos los males, como la codicia, la usura y muchas mas que lo han desfigurado y ya no encuentro si es el runa de los pueblos de mis naciones o si son seres horribles de las mas horrorosas pesadillas que algún director cinematográfico pueda crear.
Era tarde en los cerros y todos nosotros con nuestras caras compungidas no podíamos restañar tanta ignominia del hombre blanco contra nuestra heredad, aquella que recibimos de nuestros padres, abuelos y ancestros. Ahora camino por senderos cubiertos de polvo de minerales desperdigados por lo que antes era grandes campos con sembríos de toda clase. Me acuerdo que de chiquito me sentaba con mi mamacona Madre a comer de sus preciosas manos los choclos tiernos con el ají recién molido en el batan. Jugaba en sus acequias con mis hermanos Yanas, como si fuésemos de igual a igual, sin importarle si yo era el niño y ellos los hijos de quienes sembraban mis tierras. Como no olvidar a Lázaro, el fiel cargador de Mi Mamacona Madre que solía quedarse en los mercados indígenas para ayudar a su familia después de haberse desterrado de nuestro pueblo. Y como me duele en el alma sus lagrimas por responsabilizarse en un momento de su olvido y mi travesura por aventurarme a conocer mas sin tener quien me guie. Fui allí que reconocí muy tierno la misión que ante mi pueblo me correspondía, por que me dolía en el alma la miseria que nos imponía los Caras, los Mistis, los occidentales. Y me sigue doliendo pues es mi pueblo, aunque algunos no quieran reconocerlo, pues cargo en mis espaldas la herencia de toda esa historia que forjaron en el inicio de esas grandes naciones que se asentaron y que miro con estos mis ojos en las alturas mirando por donde recorrieron sus pies mis ancestros.
Túpac Isaac II
Juan Esteban Yupanqui Villalobos
http://juanestebanyupanqui.blogspot.com
Túpac Isaac II Juan Esteban Yupanqui Villalobos http://juanestebanyupanqui.blogspot.com
Registro automático