Casas De Empeño: Historia
En actualidad cuando pensamos en un las casas de empeño, hablamos en los términos del crédito prendario. Esta forma de préstamo inició su historia en Europa, más precisamente en Italia, a principios del siglo XV. Los iniciadores del préstamo prendario fueron los franciscanos, quienes buscaron apoyar a la gente pobre a reunir dinero para pagar sus impuestos. De esta suerte, sus primeros clientes fueron los agricultores, los artesanos, los pequeños comerciantes y los más pobres que no tenían un empleo fijo.
En la antigüedad a las casas de empeño se les conocía como Monte Pío, lo que significa “Caja de la piedad”, pues textualmente se trataba de una especie de caja metálica en la que se guardaban tanto los dineros como las cosas que quedaban en prenda por el préstamo. El término “piedad” se utilizaba, no sólo por la razón de que era un acto piadoso el ayudar a los más necesitados; sino también porque era para diferenciar los ingresos de las arcas de los monjes, es decir, dado que ellos contaban con diferentes “montes” o cajas de ahorro destinadas para diferentes tipos de apoyo, debían especificar que el monte pío era el destinado para el préstamo prendario. Así, los Franciscanos contaban con cajas de ahorro para el apoyo gubernamental, para actos benéficos y también lucrativos.
De esta suerte, las casas de empeño cubrían las necesidades de la clase social media y baja, por medio de la concesión de préstamos, los cuales se garantizaban con ropa y alhaja. Para cumplir con su finalidad de apoyo, las primeras casas de empeño obtenían sus recursos a través de la adquisición de depósitos en metales, básicamente el oro. De igual forma, recurrían a los fondos provenientes de las limosnas, diezmos, apoyos brindados por la corona real y de los ingresos obtenidos de las diferentes ferias y celebraciones religiosas.
Dado que, casi inmediatamente, los recursos fueron insuficientes para la mantener la actividad prendaria de forma sostenible, fue necesario cobrar intereses sobre los préstamos realizados. Tales intereses contaron con el apoyo de la Iglesia Católica. Con el fin de no caer en una suerte de “usura”, lo cual se convertía en un problema para las congregaciones que incurrían en este tipo de apoyos, se realizó el Concilio de Letrán, en el año de 1515. Éste concilió buscó la posibilidad de estableces las tasas de interés que se generarían en los intereses ocasionados por el préstamo prendario. A pesar de que las críticas no se hicieron esperar durante el Concilio de Trento, el cual duró 18 años, el tiempo que transcurrió fue el necesario para que se conocieron los beneficios que otorgaban las casas de empeño.
Fue así que, a partir del siglo XVIII, los entonces llamados Montes Píos, comenzaron a ser patrocinados por la iniciativa privada, es decir, por la Corona Real y la nobleza, quienes mantuvieron el funcionamiento de las casas de empeño, basado en la inspiración benéfico-religiosa de los franciscanos.
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