¿Ser infiel es tan grave?
Un marido es como una casa, y el amante, la decoración. Hay pocas mujeres con amantes, lo que indica que ante todo se valora un techo, pero incluso las que tienen amantes rara vez se deciden a dejar al marido, y es que, al ser éste el fundador de un hogar al que luego tú has dado forma... Es difícil abandonar algo que se ha vuelto propio. El matrimonio nunca ha tenido mucho que ver con el amor, al contrario de lo que se cree actualmente y que tantos divorcios provoca. El matrimonio y sus reglas están presentes en la naturaleza: el macho trae el sustento a cambio de sexo. La mujer le da sexo a cambio del sustento. Y con el sexo, la naturaleza se asegura que no se extinga la población. No se puede pretender vivir una fantasía amorosa de cuento de hadas con el marido porque no está para eso. No lo ha estado nunca. Las mujeres completamente femeninas en su estructura cerebral acatan ese plan previsto por la madre natura, pero, ¿qué hay de las otras, más inquietas, que por alguna razón han conocido la llama fulgurante del deseo y no desistirán hasta volver a probarlo? Alcanzar con el marido esa esplendorosa ebullición de los sentidos es imposible. El marido es los cimientos y el eje de la construcción. Y la que no se conforma con tal básica simplicidad, buscará más allá. Los celos están fuera de lugar. Ella no pretende suplantar al marido, sino, digamos... adornar la casa. El amante aporta el color de unas nuevas cortinas o un cambio en la tapicería de las sillas. Es necesario de vez en cuando, pero jamás lo será tanto como la casa en sí. O muebles sin casa, o casa sin muebles. Y todo el que visita IKEA con asiduidad mucho después de haberse asentado, está inclinado a tener amantes, complementos, adornos. Visto así, el amante es un objeto prescindible al que se podrá anular con el siguiente giro de las tendencias de la moda, mas, el marido siempre permanece.
El marido da estabilidad, seguridad, continuidad y el amante, rompe la rutina cual mero punto colorido, fácilmente sustituible. Para muchas es como comprar en las rebajas, con todo el alborozo de haber realizado una gran adquisición a un precio de medalla, y luego... ¿te lo pones siquiera más de una vez? Hay muchas mujeres que se resisten a dejar al marido. Ni se les ha pasado por la cabeza hacerlo. Sin embargo, a veces ocurre. ¿Cuándo? Cuando la casa amenaza derrumbarse durante el ataque de repetidas discusiones. La estabilidad se tambalea, con lo que se pierde por completo la seguridad que proporcionaba el marido y la que el amante, como mero objeto decorativo, jamás podrá dar. Mas hay muchos tipos de amantes. Y mujeres que mantienen relaciones ocultas abarcando amplios espacios de tiempo y con encuentros poco frecuentes por el mero pavor y la angustia de quedarse sin nada. Éstas no tienen un amante, sino que se sacrifican por mantener un segundo marido de reserva. Invierten en una segunda vivienda por si se deteriora la primera. Se trata de relaciones que, si bien pudieron comenzar con la famosa llamarada de pasión, pronto, al observar que el amante vale más que un mero adorno, adquieren el templado y sosegado ritmo de toda actividad basada en un razonamiento intelectual. Cuando ven que la primera casa se derrumba sin remedio, se irán con el otro, a comenzar una nueva vida con otro proveedor en un chalet de fin de semana que enseguida reemplazará a la antigua vivienda habitual. ¿Es lícito ser celoso en tales casos? Por un lado, a este tipo de mujer calculadora no le atrae el amor, pero si pretende sustituir al marido si sus escasas obligaciones comienzan a dársele mal. Es una mujer inteligente, una superviviente que analiza a través de la experiencia y que no dejará que el futuro la sorprenda con las manos vacías. Ella confió en su marido al principio y de haber éste cumplido sus expectativas, no habría ella empezado a buscar segunda residencia. Sus motivos nada tienen que ver con el amor, si bien no está libre de pecar de hedonismo y de buscar la belleza en todos los ámbitos. Sí el rival resulta ser más atractivo, no os confundáis: no era una cualidad prioritaria. Este tipo de mujeres están en avance continuo de mejor a mejor aún. Puede encontrárselas en todas las que claramente han preferido su bienestar al idílico y extinguible amor. Las que se casan por dinero o posición poseen este carácter y es lógico pensar que si la vida les ofrece posibilidades tangibles de obtener mayor rango o posesiones más jugosas, den el paso hacia ello. Pero... ¿y qué hay de las otras? Las que nunca os cambiarían pero que siempre andan jugueteando con otros, al igual que poseen treinta pares de zapatos, de potingues, de toallas o de juegos de sábanas. Éstas son más peligrosas, tanto como el típico hombre infiel que para seguir sintiéndose viril necesita conquistar a una pieza diferente cada semana. Más que la casa, más que el marido, a ellas les preocupa la sensación del momento y andarán dando tumbos de mueble en mueble y de pintor en pintor, según la moda. El único enemigo en la relación con el marido sería un súbito y feroz enamoramiento. Abandonarían al marido aunque todo fuera estupendo con él, llevadas por la fuerza de un turgente capricho. Son volátiles y atolondradas. La admiración masculina les hace sentir exultantes de vida. Ligar y conquistar es un mero entretenimiento para ellas. Aunque saben que está mal visto y muy condenado, en su punto de vista es tan inofensivo como volverse adicta al ganchillo o a clases de clarinete. Sólo el enamoramiento, que siempre acecha en la sombra, puede acarrear su perdición, haciéndola más descuidada en sus escarceos para acabar no siendo correspondida por el amante y sorprendida por un marido que atribuirá al asunto más seriedad de la tiene. Nos queda el último tipo de mujer: la esposa fiel.
Cual animal, se guía por instintos y no cuestiona su existencia. Es conformista: madruga, limpia, cocina, lava, tiende, plancha, engendra hijos y finge orgasmos. No suele hacer usado del ajado dolor de cabeza porque sabe que es su obligación dar al marido alivio sexual. La pareja fiel no es rica en personalidad. La infiel compulsiva, sí. Es extravagante, antojadiza, incomprensible, variable y un marido igual de aventurero podrá disfrutarla ampliamente como esposa. La infiel calculadora es profesional en todos sus actos. Sabe adaptarse a cada situación ocupando su puesto, ya sea haciendo reír o haciendo el amor. Ante el marido siempre actúa y adolece de falta de espontaneidad; pocos la conocen como realmente es. Resumiendo, hay personas estables e inestables, y entre las primeras, las hay muy previsoras. Irónicamente, la que os engaña sin ansia de amor es la más peligrosa. Dos o tres errores por parte del marido y pasará al siguiente si tiene a alguien disponible. Ni le respeta ni le ama, sólo le utiliza y le evalúa. La promiscua, sujeta al libre albedrío, en el fondo profesa admiración por el marido, quien encabeza su lista de favoritos. Y ya que el enamoramiento desde el mismo día de su inicio, es difícil que le abandone: para cuando hubiera conseguido el suficiente número de citas como para conocer mínimamente al amante, la llama ardería pero sin tonos azulados. Y queda la última, la perpetua esposa fiel. El marido la tendrá, con la sensación del que tiene un objeto útil al que quisiera sacar más prestaciones. Nunca le dejará, nunca le engañará y él... soñará con alguna de las otras. Por eso hay celos y siempre los habrá. Todo marido sabe que si es dejado, es porque otro le ha superado; todo un deshonor. La altiva y calculadora teme que aparezca una rival en el horizonte, más joven, más firme y más profesional aún que le arrebate su posición. A la del libre albedrío... no le preocuparía mucho. Y la simple, no lo perdona porque es una norma. Lo dicen en la iglesia. No ha estado ella envejeciendo y matándose por la casa para que la dejen tirada por cualquier pelandusca. No, ella no concibe que el marido tenga derecho a cambiarla por otra mejor. Por eso, los celos no tienen fundamento. Si alguien podría cambiarte por otro mejor, procura ser tú él mejor; o la mejor. Si no te guste que ande por ahí flirteando por si alguno a alguna le embobece... procura embobecerle tú de vez en cuando. Quizá odiamos la infidelidad porque nos señala directamente como culpables, negligentes. La raza humana lleva la superación en sus genes. Y un marido o esposa no duran hasta la muerte. Duran hasta que aguantan. Además, se ha descubierto que el celoso adolece de una gran inseguridad en sí mismo. Lógico: si cualquiera te supera... Lucha por estar en la cumbre, dentro de tu nivel, y los celos desaparecerán de tu conducta. Así de simple. Exceptuando el caso de infieles patológicas, claro. Y aún así, no lo hace como algo personal. No tiene intenciones de dejarte. Ni siquiera cree que los otros valgan más que tú. Y seguro que te es leal hasta la médula. Prohibir y temer nada solucionan. Comprender y luchar por una relación, sí.
Agradecería muchísimo vuestros comentarios.
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Asi que, en el caso de las aprovechadas, no te deja a tí, sino a tus posesiones. Y en el caso de las alegres, siempre y cuando no se enamoren y lo hagan por diversión, es perdonable, ¿no? Vaya... ¡me gusta verlo así!





































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