Maicao, 84 años de vida plenamente vivida
Es casi imposible seguir siendo joven a los 84 años. Solo los patriarcas bíblicos, algunos de los cuales superaron los 900 años estaban en plena infancia a esta edad. Para seguir siendo vigoroso en una época como la nuestra se requeriría tener un estilo de vida muy saludable, o pertenecer a una raza especialmente fuerte, o simplemente, llamarse Maicao.
En efecto, Maicao el más importante municipio de La Guajira, es hoy un “adolescente” cuya vida se inició a mediados de la década de los años veinte cuando los primeros pobladores llegaron para establecerse en sus tierras y dedicarse al comercio y a la cría de ganado.
Una sequía impulsa el inicio del nuevo poblado
En Europa se vivía una tensa calma después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial y en Estados Unidos comenzaban a soplar los vientos de la crisis que golpearía con todo su rigor en 1.929. Mientras tanto en las tierras del norte de La Guajira se vivía una sequía intensa y terrible: las fuentes de agua se secaban, los jagüeyes se cuarteaban por la resequedad y los animales agonizaban calcinados por el tórrido y abrasador sol del desierto. La tierra se desvistió por completo y en lugar de los pastos solo se encontraban pequeñas piedras, tierra endurecida por la falta de agua y polvo completamente desprovisto de humedad.
Los pastores y ganaderos se pusieron en contacto con sus familiares de otras regiones de la península y éstos les respondieron con la hospitalidad característica de la gran familia wayüu: “vénganse para acá” fue la respuesta que encontraron en quienes vivían en cierto punto de la Media Guajira, cerca a Venezuela y en proximidades de una generosa laguna cuyas aguas coloreaban de verde vivo los pastos y los bosques de los alrededores.
Una comunidad alrededor del agua y del maíz
De esta manera se conformó una comunidad en la cual los Palacio y los Boscán, entre otros, compartían la amistad, la tierra y el agua. No muy lejos existía un punto en que los cultivadores, compradores y vendedores de maíz, fruto del suelo y del sudor, se reunían para hacer sus transacciones. Se volvió tan conocido el lugar que pronto fue conocido en toda la zona. Cuando a alguien le preguntaban: “¿Para dónde vas?” La respuesta era “Maiko’u”. No se trataba de un pueblo, ni de una ranchería, ni de un caserío sino de un punto de encuentro en donde se podían hacer buenos negocios: el que deseaba comprar maíz lo conseguía a buen precio y quien quería venderlo siempre lograba colocarlo entre los mercaderes provenientes de los cuatro puntos cardinales.
Alrededor del punto se levantaron las enramadas y después los kioscos. Y más adelante empezaron a venderse otros productos. El Estado también se hizo presente pero no con un hospital o con una escuela como podría esperarse de su función social sino a través de un puesto aduanero para restringir el floreciente intercambio al que los alijuna llamaban contrabando en su raro e ininteligible idioma.
Unas casas y otras, más la rudimentaria oficina de los funcionarios oficiales, más las enramadas fueron articulando el nuevo poblado que en lengua nativa no podía tener otro nombre: “Maiko’u”. Nombre que los alijuna, en una irregular imitación de la voz nativa, convirtieron en Maicao.

Lo bueno que vaya a hacer hoy, hágalo bien, por usted, por su familia y por su país. ¿Ya leíste Maicao al Día?





































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