Thais
Cuando era pequeño recuerdo estar rodeado, en muchas ocasiones, de perros y gatos. Jenny (una perrita feliz), Veneno (fiero, murió de rabia), Boby (el típico perrito modoso), Rufián (todavía se me ve la cicatriz de su mordedura en mi brazo, no me pusieron vacuna ni nada porque no confesé el incidente), … Son nombres que suenan en la buhardilla de mi cerebro, al igual que la imagen del pastor alemán de mi ausente hermano (estaba haciendo la Mili), subiendo por la escalera hacia su habitación. En cuanto a los gatos, los he respetado mucho pero ellos a mí no; todavía percibo el roce de sus cuerpos por mis tobillos, sus juegos, sus ronroneos, sus miradas.
En el año 2006 desperté de golpe todas esas naturales y bonitas sensaciones que esos animales me regalaron en mi niñez. Un amigo, que estaba cambiando de casa, me trajo una pastor alemán, Thais, mientras encontraba nuevo domicilio (la vivienda donde vivo dispone de una amplia perrera, con su patio y todo; el anterior propietario era un enamorado de los animales).
Me enteré de lo que significa pedigrí y de la historia de los pastores alemanes. El pastor alemán es un perro de guarda, que ayudaba a conducir rebaños. Es una raza que nace a partir de cruzamientos de otras razas extinguidas, más antiguas, de pastores. Tiene una excelente: resistencia al frío y al calor, convivencia en el hogar, olfato, etc. Lo que más me ha impresionado es su inteligencia, su extraordinaria memoria, su capacidad de reacción y de seguridad y su tolerancia con extraños (que no falta de agresividad en caso de allanamiento de morada).
Cierto que la perra, tenía tres años, venía adiestrada y había ganado ya algunos premios y todo, pero me quedé perplejo como asimiló al instante las instrucciones de mi amigo: aquí duermes, aquí comes, aquí bebes, aquí el resto de tus necesidades fisiológicas, aquí no entres, estas son las personas que tienes que cuidar, …
Era completa. No ladraba como los perros de los vecinos, te miraba a los ojos de una forma especial, parece como si entendiera lo que decía. Me paseaba por los escasos metros cuadrados de parcela y me acompañaba como lo hacía Boby, Jenny, Veneno, … Estaba feliz.
Lo sentía por la pareja de silvestres gatos negros que habitaban a sus anchas por el jardín, a los que respeto y de los que percibo protección, como los felinos de mis primeros años ¿o sería tan inteligente y receptiva, Thais, que convivió con ellos? Así fue.
Manuel Velasco Carretero
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