El amor basura
¿No será que nos imaginamos al otro tal y como lo necesitamos?¿No será que el pedestal sobre el que lo ponemos evita el contacto real?¿No será que sufrimos interminablemente cuando se cae, porque lo que perdemos son los sueños? Y perder los sueños es como hacernos mayores de golpe, y eso produce mucha, mucha tristeza.
Olga Pujadas
No todo el monte es orégano. Ni todo lo que brilla es oro. Tampoco es amor todo lo que llamamos así. Millones de relaciones "amorosas" no son más que simbiosis terriblemente neuróticas, guerras de poder, confusión de delirios narcisistas. Innumerables personas se sienten atadas a otras simplemente por esta fantasía: "te sueño a mi medida para que me satisfagas". Y como esta locura no puede funcionar, pronto rugen los infiernos.
Enamorarse es, ya lo sabemos, idealizar al otro, suprimirde nuestra percepción la mayoría de sus cualidades y defectos. Idealizar es atribuir al otro unos rasgos que no posee, pero que nosotros necesitaríamos que tuviera para sentirnos "salvados". Idealizar es, en fin, inventar al otro para satisfacer nuestras carencias. Lo hacemos inconscientemente, por supuesto. Pero a este fiasco solemos llamarlo "amor" o "enamoramiento".
¿Qué sucede seguidamente?
La realidad siempre desengaña (¡por suerte!) al ingenuo. Su amado/a no resulta ser, ni de lejos, como había fabulado. Éste/a siempre tiene, lógicamente, otras formas de sentir, otras formas de pensar, otros planes y deseos y, lo que es peor, una voluntad y vida propias. ¡Es casi un extraño! Así comenzarán los problemas, que serán mayores o menores según la madurez y la salud emocional de cada cual.
Los desengañados/as más neuróticos acusarán inmediatamente al otro por no satisfacer sus egocéntricas expectativas. Lejos de aceptar su propio error, castigarán sin descanso a su víctima sometiéndola a toda clase de vejaciones: quejas sin fin, broncas, críticas, chantajes emocionales, manipulaciones, controles... O simplemente violencia. Les impulsa a ello el invencible berrinche infantil de "salirme con la mía" y la fantasía -otra vez- de convertir "algún día" al otro/a en la muleta psíquica que necesitan... ¡Qué espejismo! Porque, así, sólo consiguen neurotizarse cada vez más a sí mismos, a su pareja y a sus hijos. Sin embargo, pese a la insoportable situación, el desengañado/a... ¡no suele renunciar a su juguete roto!
La otra persona soportará la tensión según su propio grado de autoestima y masoquismo. O devolverá los golpes desde sus respectivas fantasías frustradas, en una patética lucha de gladiadores destinados, ambos, a la extenuación. Ignoran los combatientes que amar no es obligatorio. Que nadie es propietario de nadie. Que nadie puede cambiar a nadie. Que nadie hace más de lo que le permite su neurosis. Que nada esta más lejos del amor que las exigencias y afanes manipuladores sobre los demás. Y que la madurez consiste precisamente en respetar -nos guste o no- la identidad de la pareja, y separarnos tranquilamente de ella si no nos sentimos felices.
La pesadilla termina, en fin, cuando el más fuerte de los desdichados consigue abandonar la sórdida trifulca de garrotazos.
***
Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo.
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas.
Y tú no estás en este mundo para llenar las mías.
Tú eres tú y yo soy yo.
Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso.
Si no, no puede remediarse.
Fritz Perls(Creador de la Terapia Gestalt)
Imágen: Riña a garrotazos (1823)Francisco de Goya
José Luis Cano Gil. Psicoterapeuta y Escritor. http://www.psicodinamicajlc.com
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