Arthur Rimbaud, poeta francés
La proporción de Escritores por kilómetro cuadrado en las tres Regiones más septentrionales de Francia (Champagne-ardennes, La Picardie y Le Nord-Pas-de-Calais) inexplicablemente ha sido más pobre que en todas las demás Regiones de ese país. Es un hecho un poco raro si se tiene en cuenta la belleza de sus paisajes y la circunstancia misma de ser esta una zona fronteriza de las más interesantes de dicho país. Pero es entendible porque las cosas de Dios y la Naturaleza siempre tienden a compensarse unas con otras. Tal vez por esa razón, el 20 de octubre de 1854, en esa ciudad poco conocida y pequeña de los Ardennes llamada Charleville, más precisamente en el número 12 de la Rue Napoléon, nace ese gran genio de la literatura francesa ARTHUR RIMBAUD. El niño terrible, "el padre de la nueva alianza", el "arcángel de los tiempos modernos", el verdugo de las cursilerías, el superdotado de la poesía revolucionaria, el iconoclasta redomado de las letras francesas que nunca tuvo respeto por nada y que sólo sintió temor ante la figura de su "mother", como él mismo la llamaba. Alguien dijo con sobrada razón que antes de Rimbaud brillaban las tinieblas de la edad media. En él todo empieza temprano y termina temprano. Su poesía no es más que el reflejo de su personalidad arrolladora, de su hiperactividad, de su libertinaje extremo, de su natural suspicacia para causar el asombro y el estupor de las gentes. Con él no hay término medio, ni titubeos, ni estados de confusión. A Rimbaud sólo se le podía amar con pasión u odiar con igual pasión.
En todas las personas la pubertad es algo así como la enterradora de la infancia, de sus maravillas, de sus ensueños, de su ingenuidad. En Rimbaud, la niñez se infiltra en la pubertad y causa una explosión de ingenio genial que él derrocha en poesías en verso y en prosa, diciendo todo lo que se le diera la gana decirle al mundo, agotando en un corto período de tiempo todas las frases, todos los improperios, todos los insultos, todo su estilo y, en fin, todo su repertorio de escritor superdotado.
El Profesor ETIEMBLE, de la Universidad de la Sorbona, gastó veinte años de su vida para escribir una tesis en tres volúmenes sobre el "mito de Rimbaud". ¡Veinte años estudiando al hombre quien a sus diez y nueve años no tenía nada más para decir, porque ya lo había dicho y escrito todo!
Rimbaud se ganó el apelativo de "Poeta de las suelas de viento" debido a su propensión compulsiva de moverse, de viajar por los lugares de la tierra sin sentirse contento en ninguna parte. A los diez y seis años se fugó de su casa por primera vez hacia el faro de fascinaciones, hacia la ciudad de todas las luces: París. Un mes y nueve días después se fuga de nuevo, esta vez a pie, hacia Bélgica de donde su madre lo hace traer de la Policía. El 25 de febrero de 1871, vuelve a volarse, llega a París, se queda quince días y se vuelve, ¡de nuevo, a pie! Paul Verlaine lo conoce en el recinto de la Nueva Escuela Parnasiana, al cual él mismo lo ha invitado después de leer, con detenimiento, los versos enviados por Rimbaud con anterioridad. Lo que sigue después es la historia homosexual tal vez más conocida de la literatura francesa, que termina en tragedia de celos con la escena de los dos balazos que Verlaine le propina a Rimbaud en Bruselas. La consecuencia es la terminación de una de sus obras más leída llamada "Una estación de infierno" ("Une saison d'enfer" o "le livre païen" o "le livre nègre").
Su definición de lo que debe ser un poeta es por sí sóla una muestra más de su audacia: "el poeta se hace viajando por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; él busca por sí mismo, él agota en sí todos los venenos para no guardar más que su quintaescencia. Inefable tortura donde él desea toda la fé, toda la fuerza sobrehumana, donde él se vuelve, entre todos, el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito -¡y el supremo sabio !- puesto que él ¡llega a lo desconocido!".
Como su obra "El Barco Ebrio" ("Le Bataeu Ivre"), él continúa viajando. En la primavera de 1880 partirá definitivamente (es forzoso aclarar que él volvía al lugar donde permanecía su madre ya fuera Charleville o Vouziers o Roche...) hacia Chipre, Aden, el Harrar y, en fin, hacia donde sus suelas de viento quisieran llevarlo, hasta terminar en Marsella, con una pierna amputada por la gangrena, después de haber sido en Africa traficante de marfil y de armas.
Nadie, en realidad, supo si mientras agonizaba, a sus escasos treinta y siete años de vida (edad bastante trágica no sólo para las letras sino para el arte si recordamos que de treinta y siete mueren Toulouse-Lautrec, Raphael y Wateau, entre otros), seguía teniendo como válida esa frase escrita por él mismo en sus épocas de "pubertad fabulosa", sobre las bancas de un paseo peatonal en Charleville y que decía: "Merde á dieu" (¡mierda a dios!). Si eso es así, esperemos que se haya arrepentido o que Dios haya entendido "Mier.., adiós".

Carlos Mauricio Iriarte Barrios http://carlosmauricioiriarte.blogspot.com





































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