Viernes 13
Confieso que lloramos todos por nuestra risa asesinada. Sentimos esa horrible mezcla de profundo dolor mientras sonreíamos con los chistes de Jaime Garzón reproducidos por los noticieros de esa noche. No pudimos contener las lágrimas mientras oíamos las arengas revolucionarias de John Lenin quien, con su morral terciado y sus frases mamertas de los años sesenta y setenta, nos hacía reflexionar sobre nuestro pasado universitario, pero, ante todo, sobre la monstruosa desigualdad en Colombia. El llanto entonces se unió con la sonrisa y así permanecimos durante ese día lúgubre en el que mataron nuestra alegría. No encontramos respuestas. Ni siquiera nos hicimos preguntas porque... ¿para qué? No nos desprendimos del televisor y de la radio no tanto para seguir oyendo las especulaciones sobre sus asesinos o los detalles sangrientos de la más desproporcionada obra de nuestro sicariato, sino para prolongar la dicha de oir sus apuntes geniales. Ese viernes 13 no nos quedó más remedio que sufrir con desesperanza. Solamente nos consoló Dioselina con sus recetas de siempre y su chismes palaciegos con sabor a melancolía. Pudimos sacar fuerzas únicamente de los divertidos relatos de Nestor Elí sobre las razones del extremo deterioro del Edificio Colombia y de sus forzadas declaraciones a través de la persiana. Linio, "el perfecto idiota latinoamericano", como lo llamaba, además de Godofredo y la formidable obra humanitaria de Garzón nos enseñaron claramente de cual lado estaba. El hombre estaba del lado de los buenos, de los pacíficos, de los que se tomaban el presente por una rumba, de los de extremo centro, de los espontáneos, de los geniales, de los que pensaban que a este país sólo le hace falta llorar menos y reir más... El hombre hizo del mamagallismo una escuela, una forma de vida, un arma para masacrar la violencia. El hombre dominó al ingenio y lo puso al servicio de toda esa gente que lo buscaba para que los ayudara a liberar sus secuestrados. No quería tener hijos en esta sociedad de muerte, pero tuvo los tres de la Tuti. Heriberto de la Calle dignificó a ese personaje que hasta entonces era despreciado, inatendido y menospreciado: el embolador o lustrabotas. Sus palabras castizas (groseras dicen las señoras) eran las mismas que utilizaría el pueblo si le dieran el papayaso de embolar a diario a los más encumbrados. Su irreverencia era una exigencia de los televidentes. Tenía el permiso de todos para decir aquello que pensábamos pero que nadie se atrevía a decir. Dejó dos hijos virtuales, "John Wilson" y "Cindy Lady", cuya existencia inventó, tal vez, en la última entrevista que concedió para el programa "Yo, José Gabriel" y los cuales seguirán representando, sin duda, al 80% de la niñez colombiana.
Nunca nadie más podrá reemplazar a Jaime Garzón. Ni en su oficio de mamagallista profesional, ni en el de periodista, ni en el de mediador secreto en el proceso de paz, ni en el de intermediario humanitario para la liberación de retenidos por la guerrilla.
Se le cumplió la letra de su canción preferida: "Quiero morirme de manera singular, quiero un adios de carnaval..." Pero, también, esa promesa de "Juro que no mori", que pronunció en una de las pocas entrevistas que concedió a la televisión y en la cual citó con profunda convicción a Paul Mc Cartney, quedará por siempre en todas nuestras almas como una verdad irrefutable. Y se la haremos cumplir..
Carlos Mauricio Iriarte Barrios http://carlosmauricioiriarte.blogspot.com
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