En la estación de Tren
La importancia que han tenido para mí las estaciones de tren, viene desde mis tiempos de niño. Quizás el haber vivido junto a la estación de Chamartín desde que nací hasta que me independicé tiene algo que ver.
La estación de Chamartín provoca en mí importantes recuerdos. Los primeros recuerdos que tengo de la misma, son de cuando era bastante niño y antes de que se hiciera la reforma de la estación tal y como la conocemos ahora. Recuerdo una edificación pequeña, muy sucia, desangelada y gris. En medio de descampados, que hoy por hoy siguen tal cual como terrenos de RENFE. Raro que no haya actuado ya la especulación urbanística en esos terrenos. Además, Chamartín, debía ser destino de los trenes que, procedentes de Algeciras, descargaban a los marroquíes que venían en ellos en dicha estación, supongo que para no mezclarlos con el resto de ciudadanos. Ya se empezaba en esa época a tratar de distinguir a los inmigrantes del resto de personas, aunque no se consideraba a España un país xenófobo, seguro que porque ni se conocía la existencia de esa palabra. Pero luego era muy llamativo y muy exótico para los ojos de un niño cuando veías cantidades ingentes de marroquíes, moros como los llamábamos sin ningún tipo de interés en ofender, caminando hacia Plaza Castilla a coger el resto de comunicación con la ciudad que ya les había puesto una barrera en Atocha. Me llamaba mucho la atención como vestían. A diferencia de cómo van ahora, con las mismas prendas que nosotros, la gran mayoría, por no decir todos, iban vestidos con las chilabas típicas de los árabes. Eso era muy llamativo. Tan llamativo que mi hermano y yo teníamos chilabas iguales, que alguien nos regaló, con las que nos disfrazábamos.
Luego, al igual que crecía yo, creció la estación. Entonces, en pocos años, la estación se transformó de arriba a abajo pasando a ser un elemento de gran seriedad y punto de referencia. Recuerdo como si la estación hubiera cambiado en muy poco tiempo cuando una infraestructura de semejante envergadura indicaría unas obras de muy largo plazo. Y una vez que la estación creció, entonces se convirtió en mi entretenimiento de muchos sábados por la tarde. De repente me encontraba en un monstruo inmenso, con cien mil pasillos que recorrer, infinidad de galerías que explorar, numerosas escaleras mecánicas y lo que era lo más novedoso y mágico, puertas que se abrían solas al pisar una plataforma. Increíble.
Me iba con un compañero del colegio y nos recorríamos la estación por todos sus rincones. Nos llamaba mucho la atención los paneles informativos de las salidas y llegadas de los trenes. Como cambiaban en una sucesión de letras girando de forma interminable cada vez que había un cambio. Demasiado espectáculo para un niño. También las aventuras consistían en ir por los andenes poniendo monedas de peseta en los raíles para que quedaran aplastadas al paso del tren. Entonces no había vigilantes que nos echaran la bronca, ni cámaras persiguiéndote allá por donde fueras, quizás algún empleado te llamaba la atención, que como chaval, te ibas disimuladamente hasta que desapareciera.
Siempre que ven ía algún familiar en tren, como nos “pillaba” cerca de casa, me apuntaba el primero para ir a buscarlo a la estación. Qué gozada, que ambiente. Ahí llegaba el TER procedente de Pamplona y era todo un lujazo. Siempre pensaba que era un tren de ricos. Un nivelazo de tren. Todo nuevo y moderno para esa época.
Uno de los sitios que más nos gustaba era el antiguo vestíbulo de Cercanías. Era un inmenso vestíbulo, siempre vacío, por el que podíamos campar a nuestras anchas. Ahí había infinidad de escaleras mecánicas para subir y bajar. Tenía su misterio, un espacio enorme para nosotros solos. La verdad que era demasiado grande para el uso que se daba. Después, ese vestíbulo, de la noche a la mañana, desapareció. Yo pensé que se debía a las obras del Metro cuando se hizo la línea que llegaba a Chamartín, y que ese vestíbulo había pasado a ser el vestíbulo del Metro, pero hace poco tiempo, me enteré por un amigo que ese vestíbulo se había ocultado por su poco uso, pero que seguía existiendo en las profundas intimidades de la estación. Recientemente, en una remodelación se ha redescubierto dicho vestíbulo, haciendo como si me volviera a reencontrar con un viejo amigo al saber que sigue existiendo.
Otra de las atracciones que tenía la estación, eran las zonas comerciales y las terrazas superiores. También con sus innumerables escaleras mecánicas. Accedías a lo que yo creo que fue el primer centro comercial en España. Muchas tiendas, cafeterías, quioscos, etc, aunque a mí lo que más me atraían eran las tiendas de golosinas. Que con cuatro duros, porque no había más, comprabas lo que te diera de sí. Pues lo mismo que con el vestíbulo de Cercanías, pasaba con las terrazas . Eran tan inmensas y también para nosotros solos que volvíamos a sentirnos los reyes de la estación . Eran un auténtico laberinto, desmesurado en tamaño para la gente que solía estar por la zona. También en las terrazas se podía ver uno de los misterios más importantes para un chaval preadolescente, la discoteca Macumba. Una discoteca, en la vida había entrado en ninguna, y esa oscuridad que se veía a través de la puerta y un montón de gente mayor entrando, hacía que el misterio y la curiosidad fuera mayor.
También tengo un gran recuerdo, aunque ya era más mayorcito, allá por la primavera del año 85, cuando hicieron la presentación de los coches 10000. Yo no sabía que ese día había esa presentación. Y un día de depresión amorosa, en esa edad ya se sabe, me fui a pasear por la estación y me encontré toda la presentación de los nuevos coches. Era un gustazo entrar en los coches, el olor a nuevo, las novedades y mucha tranquilidad, no había mucha gente. Otra cosa que volvía a ser toda para mí. Me senté en un compartimento de primera, cuando había primera no preferente y ahí me pasé toda la tarde llorando mis penas, oyendo por el hilo musical el último disco de Aute, que lo estrenaron a la vez que estos coches. Y ahí estuve hasta que una azafata, me vino y me dijo, “Ya está bien” me despertó del letargo en el que estuve disfrutando un buen rato y continué la visita.
Por último, cuando en los años noventa hice un interrail, gran aventura ya de cara al exterior, la finalización del viaje después de un mes recorriendo toda Europa fue impresionante la vuelta a casa entrando en Chamartín. Después de las aventuras que suponía un interrail, te hacía valorar mucho mejor la estación. Pudimos comprobar que la estación le daba cien mil vueltas a cualquier estación europea. Más moderna, más limpia, más práctica. Y además llegabas a casa.
Por tanto, lo que ha supuesto la estación de Chamartín para mí, mis recuerdos, mis aventuras, mis correrías y mis trastadas me van a dejar siempre un grato recuerdo. Esa línea sementera con esos aluminios y esas novedades que ahora, mirando para atrás, se ve de dudosa elegancia, pero entonces eran todo un avance.
Siempre me quedará esa estación y ese recuerdo.
Por Fernando Solabre
http://www.laestaciondetren.net






































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