“¿El corazón tiene razones que la razón ignora?”
Ni siquiera los eruditos parecen haberse puesto todavía de acuerdo en clasificar las emociones básicas, si bien cada día parece que el consenso es mayor para dividir las emociones en dos grandes familias: las placenteras y las displacenteras. No obstante, con el auge del estudio de las emociones, se está variando toda una visión sobre la relación entre razón y emoción, y se está comprendiendo que gran parte de nuestras decisiones, han estado gobernadas por el recóndito e inquietante timonel de nuestros sentimientos más insondables.
Siempre estamos decidiendo y, de alguna manera, eligiendo como va a ser nuestro futuro, la mala noticia es, que muy a menudo no somos conscientes de ello, y atribuimos a factores externos la responsabilidad –y culpa- de encontrarnos en el lugar en el que nos estamos (sobre todo cuando ese lugar no nos es demasiado cómodo). Sin embargo, a poco que nos responsabilicemos de nuestras decisiones, nos daremos cuenta de que las cosas “no nos pasan”, sino que nuestras constantes elecciones son semillas de futuros acontecimientos, y es así como se va construyendo una historia personal. De esto no se colige que uno sea causante de todo lo que ocurre a su alrededor, pero si responsable de cómo se sitúa –emocionalmente hablando- ante lo que le acontece, de modo que lo realmente clave, es lo que uno hace con sus emociones, no lo que las emociones hacen con uno, en cuyo caso serían estas las que decidirían, casi siempre, por cierto, tiránicamente.
Si bien siempre estamos decidiendo, la mayoría de estas decisiones son operativas, es decir, hábitos constituidos precisamente para disminuir la necesidad de pensar cada vez que nos enfrentamos a idénticas situaciones. No obstante, otro gran grupo de decisiones no forman parte de nuestra rutina diaria, son decisiones estratégicas, e implican un grado de implicación emocional que pueden hacer, si no somos capaces de gestionarlas adecuadamente, que nos sintamos desbordados con nefastos resultados, ya que la rabia, el dolor, la envidia o la vergüenza, pueden ser las que decidan por nosotros, en muchas ocasiones sin nosotros ser conscientes.
En su best-seller “Inteligencia Emocional”, Daniel Goleman señala a este respecto: “Existe una diferencia crucial entre permanecer atrapado por un sentimiento y darse cuenta de que uno está arrastrado por él. Tener conciencia de uno mismo significa atención continuada a los propios estados internos, esa conciencia autorreflexiva en la que la mente se ocupa de observar e investigar la experiencia misma, incluidas las emociones”.
Además del trance por el que nuestras emociones son las que parecen decidir inconscientemente nuestra acción, a menudo nos enfrentamos a otra dificultad añadida: cuando tomamos una decisión pero nunca la llevamos a cabo por sentirnos incapaces de pasar a la acción. En este caso, el miedo a lo desconocido o la incertidumbre, y el aferramiento a experiencias del pasado, bloquea el curso de nuestra acción.
La buena noticia es que las decisiones si pueden ser libres, es decir no arrastradas por emociones o sentimientos desbordados, y en este sentido el único camino conocido es aumentar el conocimiento de uno mismo, es decir incrementar la autoconciencia personal, y romper así las tiránicas cadenas de nuestros procesos internos, ya que, de este modo, se desactivan los motivos inconscientes que contribuyen a traer a nuestras vidas sucesos indeseados.
Por último, concluye Goleman: “Es cierto que los sentimientos muy intensos pueden crear estragos en el razonamiento, pero también lo es que su falta de conciencia puede ser absolutamente desastrosa, especialmente en aquellos casos en los que tenemos que sopesar cuidadosamente decisiones de las que, en gran medida, depende nuestro futuro. Éstas son decisiones que no pueden tomarse exclusivamente con la razón sino que también requieren el concurso de las sensaciones viscerales y de la sabiduría emocional acumulada por la experiencia pasada. La lógica formal por sí sola no sirve para decidir con quién casarnos, en quién confiar o qué trabajo desempeñar, porque en esos dominios la razón es ciega. La llave que favorece la toma de decisiones personales consiste, en suma, en permanecer en contacto con nuestras sensaciones”
“Permanecer en contacto con nuestras emociones”, puede ser ésta la llave y el quid de nuestro bienestar, y la esencia de un buen proceso en la toma de decisiones estratégicas.
Dionisio Contreras Casado
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