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EEUU y Colombia como esfuerzo de guerra continental, sino mundial (ojo)

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Simplemente Larry Palmer, el funesto embajador que EE.UU. había determinado viniera a Venezuela, no cuajó porque se cayó uno de los elementos del contexto para el cual fue enviado:  la agresión militar de Colombia a Venezuela, sobre un presunto campamento guerrillero en Apure, al mismo estilo de la agresión hecha al Ecuador, en la provincia de Sucumbios.  Pero, como ya sabemos, se fue Uribe y no le dejó el panorama “hecho”, por más que a última hora insistió este saliente Presidente en el ataque, cancelado finalmente por las nuevas autoridades militares y por el mismo presidente electo de Colombia, Juan Manuel Santos.

El embajador Palmer no hizo gala de gran creatividad a la hora de declarar a la prensa, luciendo como un muñeco computarizado de esos que responden según el programa inoculado.  Como lo demostró, venía con la expresa intención de atacar a la Fuerza Armada, tildándola de “baja moral”, atizándola, precisamente para desmoralizarla, procurando su inoperancia o fragmentación en el momento justo en que debía hacer frente a una agresión armada desde Colombia, o al menos en el momento que el embajador y los EE.UU. la daban por inminente o consumada.  La llegada de Palmer a Venezuela era la llegada de la guerra, sólo que a hora última se le cayó Uribe, como se dijo, al menos por ahora.

El hoy expresidente colombiano digamos “descuidó” esa sugerencia puesta en la mesa por el gobierno de los EE.UU. desde hace tiempo:  atacar a Venezuela, generar el conflicto, ir por el Golfo de Venezuela, posicionar y poner en funcionamiento práctico las entonces virtuales bases militares, incendiar la región, tomar el petróleo venezolano y acabar de una buena vez con ese brote malévolo socialista amenazante del bienestar derechista político internacional, en crisis en la actualidad.  Atacar a Venezuela ha lucido desde un tiempo para acá como una medida saludable, cuando no de supervivencia, algo así como matar la culebra por cabeza para emprenderla luego contra países como Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Cuba, entre otros.

Sólo que el Uribe saliente no sintió antes esa soledad de “otoño del patriarca” o de “general [que] no tiene quien le escriba”, sentimiento perfectamente delineado por el Gabo para situaciones en que los “poderosos” ya no lo son tanto.  Pero confrontado a la inminencia de que apenas le quedaban semanas como hombre de poder en Colombia sin que nada ocurriese en su entorno que lo dilatará en su posición, el hoy expresidente pareció entrar en pánico, seguramente figurándose centenares de juicios tras sí por tanta sangre derramada durante su gobierno.  Uribe hoy es susceptible de ser acusado hasta en la Corte Penal Internacional de la Haya, instancia donde precisamente dejó en curso una demanda contra la figura y persona del Estado y Presidente venezolanos, respectivamente.

Entonces retomó las cartas barajadas por los EE.UU. sobre la mesa, a cuyo programa dio ejecución lo más que pudo, permitiendo la impunidad e inmunidad de la soldadesca estadounidense en tierra colombiana, por mencionar un detalle, además de las ya conocidas bases militares, mencionando ya el más terrible hecho.  Del único detalle que el faltó para complacer en un 100% el petitorio imperial de los EE.UU., esto es, atacar a Venezuela, se le hizo grande y balsámico el escándalo que traería consigo:  nadie pensaría en él si reventaba una guerra entre los dos países, nadie se preocuparía por la nimiedad de buscar o acusar a un expresidente por unos cuantos crímenes de lesa humanidad, inclusive sobre el hecho espectacular del descubrimiento de la maldada fosa común más grande jamás hallada en Suramérica, obra de su gobierno para y narcomilitar.

Uribe dio la señal de su postrimera determinación al gobierno de los EE.UU., quien, como sabemos, ansía una situación de caos en Suramérica con el abierto propósito de “pescar en río revuelto”.  Pero ya se había hecho tarde, como quedó demostrado con los acontecimientos.  Informaciones de inteligencia venezolana certificaron que el recién electo presidente de Colombia (además de las nuevas autoridades militares) se opuso por considerar que ya la “movida” (de atacar Apure) estaba desenmarañada por el gobierno venezolano, siendo una temeridad tantear la capacidad de respuesta de un ejército alertado, aparte el lodo de descrédito que cubriría a Colombia por atacar a un país como Venezuela.

“[...] las bases militares en Colombia obligan.  Como la nobleza, la vileza también obliga.”

De manera que Uribe llegó nomás a cumplir la fase de denunciar a Venezuela ante la OEA para dar curso a su precipitado ataque, quedándose trunco en el plan, como fuera de lugar quedó también el enviado de la guerra gringo, Larry Palmer, suerte de surfista sobre oleadas de muerte.  Ambos abortos de misiones bélicas, por un lado, y nombramientos diplomáticos, por el otro, estuvieron apegados a una estricta lógica:  Venezuela había movido “en silencio” tropas hacia el punto de ataque y el presidente Hugo Chávez ya le había manifestado a su manera al país lo que se avecinaba (“Uribe es capaz de cualquier cosa”).

Sin embargo, hay que decir que son situaciones circunstanciales que en modo alguno niegan la probabilidad de que el conflicto entre Venezuela y Colombia siga siendo atizado desde los EE.UU.  Nunca se debe olvidar que Juan Manuel Santos es ahora, y desde tiempos de Uribe, el hombre estrella de los EE.UU. en América Latina.  Su negativa a atacar a Venezuela no debe interpretarse como un “pase” de página en la relación entre los dos países, mucho menos como reflexión alguna de un estadista preocupado por la Patria Grande.  Sería un error.  La Colombia presente es un país de irreversible alma en concesión a los EE.UU. y no tiene otro desenlace que la guerra.  Los compromisos por años firmados por el gobierno de Álvaro Uribe y subscritos por el ahora Presidente (antes ministro de Guerra) condenan al país a la confrontación, ya no tanto hacia lo interno como hacia lo exterior.  EE.UU. coronó con el gobierno de Álvaro Uribe su primera victoria militar en la región, en hora de rebelión de pueblos suramericanos como la presente, a propósito, “hora Chávez”, girando hacia la izquierda política.

Nunca tampoco se debe olvidar lo que sigue, para este período que se inicia con el soldado estrella estadounidense, Juan Manuel Santos:  las cartas están echadas.  Del mismo modo que el ahora huidizo expresidente Uribe buscó desesperadamente la confrontación para solaparse, así mismo procederán las castas económicas y políticas de Colombia en medio de una hora de crisis mundial ideológica derechista, en medio de una hora en que los pueblos suramericanos parecen ejercer históricos reclamos con mayores fuerzas.  La guerra es una medida desesperada de las clases dominantes para mantener su estatus.  Además, las bases militares en Colombia obligan.  Como la nobleza, la vileza también obliga.

Mucho más si se considera la cristalización de los objetivos bélicos estadounidenses en la región, esto es, valerse de las discrepancias políticas y económicas internas de otros países para generar guerras.  EE.UU. logró con Colombia sus preliminares propósitos de guerra en Suramérica:  poner a pelear a dos una guerra cuyo triunfo de antemano no le pertenecerá a ninguno, sino a ellos, allá, muy alejadito de sus fronteras, como bien se corresponde con los crímenes de autores intelectuales.  Tal ha sido su práctica en las cantidades de guerra que han generado y generan al presente:  Irak, Afganistán, Pakistán, Irán, las Corea; todas lejos de su frontera, ejecutándose en manos de otros.  Ellos luego entran con sus marines a “reforzar”, como ya sabemos. Hematófago bélico de los pueblos.

Como nota final, dejo una reflexión:  EE.UU., de cara a su necesidad energética y geoestratégica, requiere de una guerra.  Al presente amaga tres:  una en Irán, otra en entre las Corea y la nuestra, entre Colombia y Venezuela.  La primera ofrece el riesgo de afectar a su aliado estructural, Israel, y probablemente sea postergada; la segunda implica una conflagración con uso de armas nucleares, razón que también llevaría a repensarla; finalmente, la tercera luce más fácil, corriéndose (aparentemente) no más el enojo de afrontar un transitorio descrédito internacional por atacar a un país de paz como Venezuela.   Pero hay que decir como el dicho, que nunca se sabe por dónde salta la liebre.  En el pasado, el ataque a un leve país como Polonia desencadenó la segunda guerra mundial.  En el presente, dado que el país comporta un interés geoestratégico y energético de la mayor altura (las mayores reservas de petróleo y la asociación a otros países consumidores diferentes a los EE.UU., como China y otros), podría no ser suficiente el rezo de que Venezuela no es Polonia para generar un efecto dominó internacional de reactividad.

La guerra depende, por los momentos, de donde sea más fácil expoliar el petróleo (o al menos de donde lo parezca más) y resulte más simple operar a distancia y a través de otros para obtenerlo.  Eso dicho por el carácter cobarde de los ejércitos norteamericanos para guerrear directamente (los soldados se suicidan a montones ante la inminencia de un conflicto) y por el sentido de oportunidad zamuresco que los animan a entrar en combate cuando ya la tarea está realizada por otros o cuando las condiciones se prestan para aplicar la sofisticación de su armamento, destructor de pueblos a distancia.  No de otro modo (oportunistamente) fue que entraron en la segunda guerra Mundial, cuando la URSS ya había realizado casi todo el trabajo de derrota del ejército nazi; y no de otra manera fue que derrotaron a Japón, cobardemente, detonándole dos bombas nucleares.

Habría que verlos en su propia frontera, defendiéndose de una guerra que ponga a prueba la valentía de tanto muchachito hedonista forofo del llamado “sueño americano”, puesto contra la pared ante la disyuntiva de defender su estúpido consumismo (modelo político) o correr por su vida. Visto ello, se podría decir otra cosa.  Pero, por lo pronto, hoy se sufrirá de esa “valiente” modalidad que tienen de hacer la guerra de lejitos, como la que plantean entre Venezuela y Colombia.  Ya empezaron a volar en la frontera los aviones “drones” (no tripulados) desde hace unos meses...

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Oscar J. Camero

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