¿para qué el teatro?
Ver teatro es como soñar, quien se mete a una historia de manera pasiva (físicamente hablando) cambia su estado mental y percibe de otra forma.
Cuántas veces me he preguntado, en el momento exacto en que una obra va a comenzar, cuando soy una de esos espectadores sentados esperando la “tercera llamada”, ¿por qué me gusta el teatro? ¿qué hago aquí sentada? será porque en ese preciso instante puedo darme cuenta desde el aspecto más sublime hasta el más absurdo, el más ridículo, ir a ver a unas personas fingir que pasan cosas, fingir que atraviezan situaciones y, encima de todo, espero que sean creíbles, que sean presentadas de manera creativa y estética. Entonces me detengo y pienso “tal vez a quienes nos apasiona el teatro en realidad nos apasiona la vida” y tal vez la pasión más profunda, de quienes nos afanamos en este maltratado y confuso arte, es la de crear vida, ser causa y no solo efecto.
Le he preguntado a actores (y a mi misma) por qué les gusta actuar y la respuesta suele ser similar: vivir otras vidas, ser más, romper las propias posibilidades, por su puesto que existen más respuestas (muchas que inclusive aluden solamente al ego, pero ese es otro tema extenso que no es de este momento).
El actor, en general, disfruta de “el actuar”, está claro que no solo hablo de hacerlo sobre las tablas, el que tiene sangre verdadera de actor: hace, actúa, genera y tiene la maravillosa capacidad de olvidarse de si mismo… tanto que en el traje del personaje olvida su cuerpo y sus manías, sus vicios, en la mente del personaje (la suya) no tiene miedo de matar o ser infinitamente cruel, inconciente, estúpido o tonto. El Actor (con mayúscula), le hará el amor al personaje hasta encontrar sus zonas más secretas, sus terrenos más obscuros. Un actor quiere explotar e implotar y morir… y después vivenciar la experiencia de renacer con un viento fresco y nuevo en la garganta y, en ese agotamiento renovardor, verá más, sentirá más, escuchará más y sabrá más de si mismo.
No existe el mal actor, existe el incapaz de entregarse, el que tiene que vencer el miedo, el que tiene que creer y tirarse de las alturas para volar teniendo fé en que sí tiene alas. Sólo que si piensa únicamente en sí mismo y su vulnerabilidad o su ego, verá su imagen más escueta y esa no refleja alas en ningún espejo.
Y aún así la pregunta sigue sin responderse: ¿para qué el teatro?
Un cuadro decora eternamente una habitación y nos invita a un mundo aparte, una creación que sale de una mente generosa y es plazmada bidimensional y estáticamente.
Una escultura genera un ambiente distinto en un espacio y sus formas deleitan ya no solo a la vista, también al tacto, a la sensualidad.
Una buena fotografía es el resultado infalible del observador minucioso, del que tiene la mirada particular y la habilidad magnífica de percibir el ritmo de la vida y, sólo entonces, presionar el botón en el momento justo para alinearse con aquello que atrapa.
La danza, siempre me remite a una de las acciones más primitivas y elementales del hombre: la expresión a través del cuerpo, dejar fluir las vibraciones del estímulo musical y ser uno con lo externo, transitarlo y volverlo interno, la danza es un diálogo entre el interior y el exterior a través del cuerpo y su expresión, su movimiento, su rítmica.
Por medio de la literatura hay quienes nos afanamos en vomitar hasta el más mínimo razgo de vida que late con el corazón, vaciar el tanque a través de tinta, para que se pueda volver a llenar, expresión desesperada de quien quiere hacerse entender, de quien dibuja con palabras un mundo que otros no imaginan.
El cine… el cine se me ocurre como secuencia de pinturas que hablan, el cineasta crea, fabrica y retrata, una y otra vez, hasta que su obra maestra tiene una vida completa y lista para bombardearnos, también si se quiere, una y otra vez (gran diferencia con el teatro quien también hace un bombardeo, pero jamás idéntico).
A la música no la defino, solo la agradezco, porque quién no, cantando se ha sentido un poco más ligero, un tanto liberado, no hay mejor compañía que ella, con sus silencios o sus palabras.
El teatro… para mi es una conjunción perfecta de todo lo anterior y obviamente lo agradezco (casi siempre), porque con él palpito y vivo realmente, y lo cuestiono pues se que genera contrariedad, al menos a mí me la genera, cuando veo los distintos resultados de esta fina y respetable actividad. Sí, discrimino, sobre todo al teatro de nalgas y tetas, al teatrto fácil que no cura, que no golpea, ese que se olvida, el que no recauda más que dinero. Y en este momento -después de una larga pausa en mi escribir- pienso que así como hay conciencias de todo tipo, también hay producciones de todo tipo, lo cual no es malo, solamente preocupante porque muchas veces el teatro que más se consume es el producido por ese nivel de conciecia y ese nivel de conciecia llena las arcas de dinero de tetas y nalgas … es decir: son muchos. Se perfectamente que no estoy descubriendo ningún hilo negro en ningún aspecto.
¿Para qué el teatro?, si también vamos a prostituirlo, si no se va a buscar la sonrisa auténtica, sino solo la fácil y superficial (como si la vida misma no estuviera ya llena de todo eso sin necesidad de nada más), para qué si no vamos a querer explotar como actores, explotar otros mundos, no lo se, tal vez quienes son manufactureros de aquel tipo de teatro me dirán que sí explotan, que sí renacen, que sí crecen y amanecen con la garganta “llena de vientos nuevos”, de creatividad (y uso esa última palabra remitiendome a su sentido más místico).
A veces se me tacha de conservadora o cuadrada cuando quiero tocar este tema y probablemente sí lo sea, pero más bien lo que siento es que nací con una obsesión de encontrar sentidos y de provocar cosas profundas y/o interesantes -desde mi punto de vista obvio- Se que no tenemos todos la misma vibración, que no todos pertenecemos al mismo mundo y no todo el teatro es para toda la gente (esto puede terminar la polémica que mis mismos párrafos abren), pero también se que siempre es bueno el debate, el cuestionamiento, el no hacer por hacer y, si ha de hacerse por hacer, que se haga por algo y ojalá, por el bien de nuestra especie, que ese algo no sea unicamente dinero.
Sigo preguntando-me ¿para qué el teatro? por qué está tan cargada de magia esa interacción “fingida” (y no) entre personas en un ambiente prediseñado, ¿por qué y cómo el teatro sabe y nos elige?, por qué, finalmente, el hombre ha tenido esa expresión desde hace tantísimos años, por qué la tendencia a, se me ocurre, querer verse reflejado (¿es simple narcisimo?); cuándo nace este convenio de los que son entretenidos y los entretenedores, qué búsqueda hay en eso realmente, y por qué cada vez pareciera que hay menos búsqueda, ¿es sólo tendencia postmoderna?, por qué el entretenedor tiene tanta tendencia a colgarse con los aplausos y no seguir viendo más allá, por qué olvidamos que somos mensajeros y eso está cargado de responsabilidad.
Creo que el teatro debe retomar una vez más ciertas características de ritualidad que ha perdido, creo en tirar abajo de una vez por todas el elemento “telón”, el teatro es la vida y la vida es el teatro y no tendrían por qué seguir separados por una tela pesada y roja, creo profundamente en el impacto que puede causar esta disciplina y creo que eso está subestimado, creo que se merece un tiempo especial para idearlo, realizarlo, moldearlo, deleitarse, con-formarse y después mostrarse, creo que la producción del teatro se contrapone a los “sistemas de producción fast food”, “úsese y tírese” y “time is money”… Creo que el teatro actualmente (como en otras etapas de su historia) tiene muchos enemigos, y el primero es el ego de los grupos que lo hacen, el segundo, por desgracia, son las necesidades económicas de los mismos y la poca importancia social y política que actualmente tiene, en la mayoría de los países latinoamericanos, al menos. La lista es larga y no tengo todas las respuetas en absoluto.
Y tal vez por todo eso y más, la respuesta sigue siendo interminable…
V.
V. www.brahmavadini.wordpress.com
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