Cruzando el desierto
“El desierto es un lugar árido, inhóspito, no hay en el agua, ni alimentos y no se puede cultivar .No hay pastos, ni una sombra para mitigar el calor, no hay camino visible, es un lugar difícil para sobrevivir, quien no conoce el camino y es inexperto, no saldrá vivo de ese lugar.”
Para el pueblo de Dios, quienes habían sido rescatados de la esclavitud de Egipto, el desierto era un paso necesario, planificado por Dios, para que alcancen su libertad definitiva y se establezcan plenamente en la voluntad de Dios como nación y lleguen a ser un pueblo modelo para todas las naciones de la tierra.
La experiencia de ese pueblo es una figura de nuestra experiencia. Quienes experimentamos la maravillosa salvación de nuestro Dios y hemos nacido como hijos de Dios, el paso por el desierto no es una opción, Dios lo planificó de esa forma porque no existe otra manera para que El nos pueda introducir en la herencia y bendición de su Hijo.
Es un periodo de prueba con el propósito de que conozcamos a quien nos llamó, a satanás nuestro enemigo, y a nosotros mismos. Necesario como el paso de Jesús por el desierto antes de comenzar su misión sobre esta tierra.
No es nuestra meta, es un periodo de paso, de enamoramiento entre Dios que mora en nuestro espíritu y nuestra alma en el camino a nuestra libertad definitiva para unirnos con El por toda una eternidad. Es el lugar donde se descubre quien y como realmente soy, se manifiestan las pasiones de nuestra naturaleza caída y no redimida, nuestro orgullo, los celos, la soberbia, la rebeldía y la falta de sujeción de nuestra carne. Es el lugar donde descubrimos quienes realmente somos y tomamos conciencia de nuestra nada. Es el lugar donde descubro lo que realmente amo y el lugar que verdaderamente le quiero dar a Dios en mi vida.
Es el lugar de grandes y definitivas decisiones, tomo conciencia que no puedo cambiar mi pasado, ni manejar mi futuro, solo administrar mi presente, lo que yo decidiré hoy.
Es un lugar de oración, de meditación y de despojamiento definitivo de mi mismo para rendirme en los brazos de nuestro Dios y descubrir su amor. Allí descubriré que su palabra es maná que nutre y es agua que quita la sed, que me fortalece y vivifica y me entrega las fuerzas para rendirme definitivamente a sus pies.
Descubro que no es un lugar para debilitarme y morir, es un lugar para fortalecerme en el poder de su fuerza, tomar su cruz y poseer sus promesas.
Descubro que no puedo sobrevivir sin El, sin su vida, sin su cuerpo y sin la comunión. Que delante de mí está El para guiarme y darme reposo. Descubro lo que verdaderamente tiene valor. Descubro que el desierto no es el lugar donde Dios quiere que me establezca, y rechazo con fe el acomodarme a esa condición y que dar círculos en esas circunstancias solo me conducirán a la muerte, porque ahora entiendo que mi desierto eran el camino hacia mi crecimiento y madurez, y estoy dispuesto a llevar mi carne a la cruz si es necesario y humillarme con tal de experimentar su vida de resurrección y poseer todas sus promesas.
Por Guillermo Avila Castro
Gmoavila@hotmail.com

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