El misterio de la puerta que no se abría
Era tarde en la noche y la brisa del verano eterno del Caribe movía bruscamente la hojas en copa de los árboles. La noche lo envolvía todo aunque la oscuridad no era total pues la luz tenue de dos frágiles bombillas iluminaban parcialmente la vía poblada de almendros enormes y trupillos envejecidos y cansados.
Un hombre de mediana edad y estatura normal, con camisa blanca atravesada por rayas verticales de pálido azul y un bluyín desteñido, golpeaba una y otra vez la puerta de lo que parecía ser su casa. Parecía porque del interior de la casa, protegida por una pesada puerta metálica, nadie contestaba al llamado. Nadie abría. Nadie daba muestras de vida.
A corta distancia se escuchaba el ruido de un vehículo con el motor en marcha. En éste dos hombres vigilaban con atención los movimientos del hombre quien ahora golpeaba la puerta con mayor fuerza y lanzaba amenazas contra una mujer que debía estar, según él en la casa. Probablemente se trataba de su esposa.
-¡¡¡Marta, ábreme la puerta. No te hagas repetir la orden. ¡¡¡¡Ábreme la puerta de una vez y evita una tragedia!!!!
Los hombres del carro intercambiaron una mirada. El que conducía acercó el vehículo al lugar en que el hombre desesperado tocaba la puerta y de pronto, sucedió lo inesperado. El vehículo frenó de repente y en ese momento se escuchó el sonido clásico de del hierro cuando se frota contra el hierro. Era evidente que en alguna parte se estaba moviendo un pasador y en breve se abriría alguna de las puertas de esa lóbrega calle.
Los presentes en la escena miraron hacia la casa en donde debería estar Marta durmiendo el más profundo de sus sueños. El motor del vehículo se apagó de repente y uno de sus ocupantes le gritó al hombre del bluyín viejo:
-Pedro, parece que al fin te abren la puerta. Ya era hora de que te recibieran, aunque éstas no son horas de llegar a casa.
Pedro los miró y les dijo:
-No soy el único que llego tarde a casa y por lo menos yo tengo ya esperanzas de que me abran la puerta. No sé si ustedes tendrán la misma suerte.
Los dos hombres montados en el vehículo y Pedro habían bebido juntos toda la tarde y acompañaban al amigo hasta su hogar y en ese momento estaban más tranquilos pues dentro de poco podrían marcharse hasta sus casas...o a un lugar donde pudieran continuar la interrumpida parranda. Si no le hubieran abierto a su amigo, habrían tenido para llevárselo y, a decir verdad, la idea no los complacía del todo por el estado de ebriedad en que éste se encontraba.
Ya se disponían a abandonar el lugar pero... la puerta que se había abierto no era la de la casa de su amigo.
Así lo comprobaron cuando lo vieron dialogando con la mujer que asomaba su cabeza por una de las ventanas de la casa del lado.
-Vecino, le decía, no haga tanto ruido que no nos deja dormir. No se enoje. Ya le ha dado muchas patadas a esa pobre puerta.
-¿Pero cómo no voy a enojarme? ¿No ve que tengo una hora de estar aquí, como un loco dándole golpes a esta puerta y la muy sinverg...de mi mujer no me abre?
-¡Ay vecino! ¿Pero, usted no se acuerda?
-¿No me acuerdo de qué?
-Acuérdese...usted se fue a beber, pero antes de irse, usted se mudó de aquí. Usted y la comadre Marta ya no viven en esa casa. No sea terco y deje esa pobre puerta en paz.
Los hombres del carro se miraron de nuevo y quedaron convencidos de que su amigo estaba loco. Y ya se disponían a llevarlo a su nueva casa cuando alcanzaron a oír lo que preguntaba a la señora de la ventana:
-Vea vecina... ¿y usted de casualidad no sabe para dónde nos mudamos?
No hubo respuesta pero se escuchó el golpe de la ventana contra el marco. El rostro de la señora había desaparecido.
En ese momento los hombres del carro comprendieron con angustia que deberían acompañar a su amigo hasta que recordara dónde vivía ahora. O hasta que los vigorosos rayos del sol matutino remplazaran la tenue débil luz de las agonizantes bombillas de la ciudad.

Lo bueno que vaya a hacer hoy, hágalo bien, por usted, por su familia y por su país. ¿Ya leíste Maicao al Día?





































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