Para Saber El Oficio De Zapatero, No Vayas Al Peletero
Hace ya unos cuantos años que ocurrió la historia que os voy a contar. La razón de recordarla es que, muy recientemente, se ha vuelto a dar un caso tan similar que me ha hecho reflexionar sobre la naturaleza humana. Nuestra incapacidad de aprender de los errores de los demás hace que sigamos repitiendo los mismos fallos día tras día, sea en nuestra vida privada, política o profesional. En el caso que nos atañe, describiré un patrón que encontramos frecuentemente y que, aunque había vivido personalmente en repetidas ocasiones a lo largo de mi vida laboral anterior en empresas de software, no parece haber cambiado nada en todos estos años. Empecemos a contar la historia...
Érase una vez, hace tiempo ya, una empresa importante, pero aquejada por la falta de ingresos y por la fuga de sus clientes, que deseaba poner fin a su problemática, mejorando para ello la forma de relacionarse con sus clientes y prestándoles una atención nunca dada anteriormente. Para tal fin, los responsables de la compañía pidieron consejo a un grupo de sabios, que les recomendó implementar un software novedoso que estaba teniendo gran acogida y recibía las mejores alabanzas de todo el mundo. Los sabios les aseguraron que, siguiendo su consejo, en unos seis o siete meses la fortuna les volvería a sonreír. Animados ante tales perspectivas, les confiaron a estos mismos consejeros la misión de acompañarles en su viaje.
Cuando pasado más de medio año el cliente, ya muy ansioso por experimentar con su nuevo software, pidió poder verlo, se encontró con unos sabios que se mostraron esquivos y poco dispuestos a satisfacer dicho deseo. Aludieron al hecho de que el creador de este maravilloso software les había prometido el cielo, pero que se habían encontrado con el infierno. Lo que inicialmente parecía tan sencillo, cuando se miraba con más detalle resultaba imposible o muy laborioso de conseguir. Pero los sabios supieron tranquilizar a su “mecenas”, asegurándole que, aunque tardase unos pocos meses más, como tenían a su disposición los mejores recursos y harían todo lo que estuviera en sus manos, llevarían a buen puerto la empresa. El cliente estuvo muy comprensivo con respecto al “engaño” que al parecer habían sufrido sus consejeros, y agradeció los esfuerzos a los que se veían obligados a incurrir.
Pasaron otros cuatro meses hasta que los sabios se presentaron ante su cliente con caras descompuestas. “¿Qué os sucede?”, preguntó el cliente con voz temblorosa, temiendo lo peor. Los consejeros sacudieron sus manos con desesperación y rabia, y maldijeron al creador del software que les debería haber traído a todos tanta felicidad, pero que, sin embargo, les había dejado en la más absoluta desgracia. Ahora que finalmente habían logrado imponer a la “bestia” su voluntad, no corría ligeramente y a toda velocidad, sino que reptaba y se quejaba con unos mensajes ininteligibles. No veían otra solución al desastroso desenlace que la de empezar de nuevo y buscar otra alternativa.
Al escuchar tal noticia, el cliente no daba crédito a lo que oía. ¿Podría ser esto real o era un sueño? Todas sus esperanzas para un futuro próspero y glorioso, a las que se había aferrado con tanta vehemencia, se esfumaban así, sin más, después de tanta dedicación y tanto esfuerzo. Primero no dijo nada; parecía que se había petrificado, con los ojos saliéndose de su cara, y tardó, lo que parecía una eternidad, en reaccionar. Pero cuando lo hizo, de sus ojos saltaban chispas, de su boca fuego, y gritó: “¡El creador de esta desgracia me lo pagará! ¡Traédmelo!”Al día siguiente se presentó el creador del software con un pequeño grupo de cuatro personas, y le pidieron al cliente un plazo de tres días para entender bien la problemática y buscarle una solución. El cliente pensaba que sería una pérdida de tiempo. Si los sabios con todos sus conocimientos y un equipo de más de veinte especialistas no habían podido arreglarlo en diez meses, ¿cómo iban a encontrar ellos un remedio para su desgracia? Pero al final accedió de mala gana. Ya tendría tiempo para saciar su sed de venganza.
Pasados tres días, los creadores se presentaron ante el cliente con una propuesta asombrosa. Le ofrecieron crear todo, tal como había soñado, en menos de tres meses, y añadieron que, si no se quedaba satisfecho con el resultado, le compensarían con una suma generosa. Pero, en caso contrario, él debería pagarles con la misma moneda. Aunque seguía receloso, la propuesta le parecía justa y el cliente dio su consentimiento.El pequeño grupo se puso manos a la obra y, cuando presentaron su solución después de poco más de diez semanas al cliente, éste no salía de su asombro. No sólo habían hecho lo acordado, sino incluso lo habían mejorado. Después de un largo silencio les preguntó: “¿Cómo es posible que mis consejeros fracasaran estrepitosamente y vosotros, con mucho menos esfuerzo, lograrais tal éxito?”El líder del pequeño grupo respondió: “Sólo hay algo de lo que podéis culpar a vuestros consejeros: la ignorancia. Hicieron todo lo que podían, pero habían convertido un animal dócil y dispuesto a serviros, en una bestia salvaje e incontrolable. En vez de conocerlo primero a fondo, aprovecharse de las bondades que ya ofrecía y enseñarle sólo lo que no sabía hacer todavía, forzaron al pobre animal a hacer las cosas de una forma que iba contra su naturaleza. No es de extrañar que se rebelase”.
Volvamos al presente...Casos parecidos se producen todos los días y algunos de ellos incluso tienen gran acogida en los medios, pero parece que poco ha cambiado desde entonces, y no aprendemos de los fallos de los demás. Aunque cada vez comienza a haber más interés, las empresas no son del todo conscientes de lo importante que resulta para su negocio rodearse de los mejores consultores y, cuando se trata de implantar una aplicación de software, es imprescindible contar con el “creador” en el equipo. No sólo por los conocimientos que pueden aportar estos profesionales directamente implicados, sino también por su acceso directo al conocimiento de expertos dentro de la empresa de software.
Moraleja: “Para saber el oficio de zapatero, no vayas al peletero”.
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