La voz y la palabra como complemento perfecto de evangelización
Juan Bautista definió así a su misión evangelizadora “La voz de uno que clama en el desierto” (Juan 1,23), no afirmó que fuera la palabra sino la voz, Jesús es la palabra; nosotros somos el vehículo que transmite la palabra. Lo que da vida no es el tono que usemos o las inflexiones que modulemos, solo la palabra produce vida. Pero al mismo tiempo la palabra necesita de una experiencia sensible, y es allí donde entra nuestro trabajo.
Los predicadores estamos llamados a utilizar nuestra voz como complemento perfecto de la palabra para producir vida, el éxito de la predicación no está en un buen discurso o en mi capacidad de oratoria, ya que si lo hacemos en nuestras fuerzas y solo por agradar a los hombres quedaremos mal ante Dios. La vida viene de la palabra, la intención positiva que un predicador le ponga a su intervención evangelizadora se complementa con la palabra que es vital y nutritiva en la vida espiritual de los oyentes. Necesitamos entonces nutrirnos de la palabra, que ésta se haga vida en nosotros y luego, la voz y la palabra se hacen uno, de esta manera podremos dispensar a los hermanos. En el contexto natural de hace más de 2000 años la tradición para casarse llevaban un rito muy riguroso avalado por la costumbre. Uno de los deberes más importantes para un padre hebreo era casar a su hijo, para esto escogía al siervo de mayor confianza y le encomendaba la tarea de encontrar una novia para su hijo.
Inmediatamente tomaba el título de “AMIGO DEL NOVIO” su único trabajo era conseguir la mejor joven del país o del extranjero para el heredero que había llegado a la edad de los desposorios. Nuestro Padre celestial ha encargado la misma misión a los predicadores ahora, la labor importante de encontrar a la joven adecuada, enamorarla de alguien a quien ella no conoce, por lo tanto, los predicadores estamos llamados a ser creativos y hábiles para enamorar a la novia. Los hombres necesitamos de Dios para no perdernos, no le dé la espalda a Dios, él está tocando la puerta y espera que usted le abra para entrar a cenar con usted (Apocalipsis 3,20) somos los amigos del novio y como tales no necesitamos ser grandes oradores, solo necesitamos disfrutar del novio, nosotros ponemos la voz y él pone la palabra. El mejor ejemplo de aquello fue Juan Bautista, él reveló grandes secretos que se aplican a todo siervo del Señor, entendió cosas que nos dejó como valioso testamento pastoral para todo servidor del Señor. Una de ellas fue cuando expresó “Yo soy una voz que clama en el desierto” Jn 1,23. El don más grande de Juan está acuñado en el evangelio de Juan 3,25-30: Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío, acerca de la purificación. Fueron, pues, donde Juan y le dijeron: “Rabbí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquél de quien diste testimonio, mira, está bautizando y todos se van a él”. Juan respondió:
“Nadie puede recibir nada, si no se le ha dado del cielo. Ustedes mismos son testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud.
Es preciso que él crezca y que yo disminuya. El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. Hay otro que viene del cielo”. Recordemos que Juan era la estrella principal en el escenario religioso de Israel, todo mundo, y desde los lugares más remoto, acudía a él, su crédito era reconocido aún en Jerusalén, capital teocrática de Israel. Hasta los soldados y autoridades religiosas bajaban al Jordán para ser bautizados por él. Sin embargo un día de la forma más imprevista y relampagueante, su figura se eclipsó.
De pronto, apareció en el firmamento el sol luminoso que lo relegó a un papel secundario. Jesús, que había sido bautizado por él y que lógicamente le debía estar sometido, acaparó la atención y todo mundo se centró en predicador de la alegre Galilea, olvidándose del ermitaño Juan Bautista. El golpe psicológico fue tan duro para los seguidores de Bautista que, no soportando el fracaso, vinieron algunos de los pocos discípulos que le quedaban con una queja lastimera: Maestro, aquel a quien tú bautizaste, ahora esta él bautizando y toda la gente se va con él.
Ya no vienen a tras de nosotros ni están con nuestro grupo. Las grandes multitudes que bajaban de Jerusalén y toda Judea para escucharte, nos han abandonado. Parece que estamos perdiendo popularidad y se nos está yendo la clientela con aquél que tú bautizaste. Los discípulos subrayaban “Tú lo bautizaste”, como queriendo dar a entender que Jesús le debía todo su resplandor a Juan que lo había bautizado. Con esta última observación, manifestaban que no era justo que uno que era menos que él, ahora fuera más importante que su maestro. Juan contestó con una figura que en aquel tiempo todo mundo podía entender.
Juan dijo: “Yo soy simplemente el amigo del novio, y mi alegría radica en ver cumplida mi misión”. Con esta figura se describe de manera perfecta, cuál es la misión del predicador y de todo colaborador en la viña del Señor: Ser amigos del novio implica que voy a conquistar a la novia para el novio, repito para el novio, no se trata de quedarnos nosotros con la novia, cuando buscamos solo la popularidad, el querer sentirse importante ya sea por que se recibe elogios por parte de nuestros hermanos o porque nos toman en cuenta para diferentes actos cristianos quiere decir que nos estamos quedando con la novia, debemos tener claridad y madurez cristiana, y no dejarnos llevar por los elogios, los predicadores somos solamente un canal, somos solo el amigo del novio, finalmente el crédito será siempre para nuestro Señor.
No creamos que porque hemos desarrollado cierta habilidad de elocuencia para llevar el mensaje, somos los mejores, seamos humildes y pensemos siempre que debemos cumplir con lealtad la misión y el propósito que Dios nos ha dado, enamorar a la novia del novio y que sea nuestro Señor el honrado aunque eso signifique que nosotros seamos disminuidos.
Que María Santísima nos una cada vez más a su divino hijo, les deseo lo mejor en Cristo Jesús.
Victor Hugo Redrován
Predicador Católico
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