El dolor: una madre lucha para vencerlo
Los años ochenta habían transcurrido de manera muy rápida y estábamos casi a la mitad de la década. Yo intentaba superar un montón de dificultades para seguir adelante en mis estudios universitarios como administrador de empresas. Ciertamente no eran solo dificultades las que me impedían concentrarme sino algunas tentaciones: la radio, en la cual había iniciado mi trabajo (mi adicción) como periodista deportivo; el fútbol que en mí siempre ha sido poco menos que una enfermedad y la Casa de la Cultura de Maicao, de la cual fungía como presidente provisional. Para esos días llegó a nuestra cuadra la señora Alcira, una dama cartagenera trabajadora y amable, con sus cuatro hijos: dos niñas y dos niños. La mayor de la prole era María Helenia, de 15 años. De los demás solo se conocían los apodos cariñosos con que su mamá los llamaba: Rafa, “El Gordo” y la niña. Vivían felices, según veíamos nosotros y todos ayudaban en la casa. Helenia se fue haciendo mayorcita y se convirtió en la más linda joven del barrio. Todos los jóvenes se interesaban en ella…pero nadie conseguía hacerse su amigo. Yo, con todo y que tenía la fortuna de ser amigo de doña Alcira, nunca conseguí obtener más que una mirada indiferente y una sonrisa sin significado. Un día cualquiera dejamos de ver a Helenia y cuando le preguntamos a su mamá dónde estaba escuchamos la noticia que no hubiéramos querido escuchar. Se había ido con la ciudad. ¿Regresaría pronto? No creo, nos dijo doña Alcira. ¿Para dónde se fue? Preguntó alguien…Ella nos miró mientras recogía sus cosas para marcharse al trabajo y nos dio una respuesta que nos dejó helados como las noches de verano de nuestro pueblo: “se fue con el circo. Ahora va a trabajar como artista y va a estar en todas partes y en ninguna parte al mismo tiempo. Creo que nunca más veré a mi hija” Pero Helenia regresó unos años después. La carrera como artista de circo terminó un día en que se cansó de andar de un lugar a otro y decidió volver a su pueblo. Y no vino sola. La vida de las carpas le había dado un compañero para la vida y una familia. Muchos años después me la encontré y era una mujer sumamente feliz: tenía un trabajo que le permitía vivir decentemente y sus hijos estaban creciendo sanos y fuertes. Sus hermanos y ella tenían casa propia y vivían al lado de “mamá Alcira” quien tenía una casita de patio grande como siempre había soñado. Hasta “El Gordo” estaba juicioso. Había dejado el trago y era un padre de familia responsable. “Se llama Orlando”, me dijo, para revelarme una de las incógnitas más grandes de todos estos años. La familia completa asistía a una iglesia cristiana y todos vivían muy felices. Pero la felicidad de Helenia fue alterada un 20 de marzo cuando su hijo Yeison fue llamado inesperadamente a la presencia de Dios. Yo, sumergido en mi propio mundo, no me enteré de la noticia pero alguien me dijo: “una señora quiere verlo con urgencia, acaba de perder a un hijo y cree que usted le puede dar una voz de aliento” Fui a cumplir con mi deber pero cuando la vi a ella… era yo el que necesitaba una palabra de aliento. Con todo su dolor allí estaba ella, pasando la más importante prueba de la vida. Ese día pude conocer a la mayor parte de su familia y tuve tiempo para reflexionar en que seguía siendo la misma dama de siempre, decente y digna, pero ahora con un brillo especial en sus ojos, el brillo de la gracia de Dios y del consuelo que el Espíritu Santo comenzaba a poner en su corazón. Hace unos años era la joven más admirada del barrio. Hoy es la mamá más querida del pueblo. www.maicaoaldia.blogspot.com

Lo bueno que vaya a hacer hoy, hágalo bien, por usted, por su familia y por su país. ¿Ya leíste Maicao al Día?





































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