El fracaso de la democracia
Muerto Franco y proclamado Juan Carlos I Rey de España, los vientos de cambio, libertad y transformación, llegaron a casi todos los rincones de la sociedad española. El giro político era imparable, y para ello, había que sentar las bases de la incipiente democracia.
Se comenzó con el mayoritario respaldo ciudadano, a la Ley para la Reforma Política, que entre otras cosas, implicó la elaboración de una ley electoral, de capital importancia, por ser la decodificadora en escaños del recuento de las urnas. Casi a la vez, se produjo el casi inimaginable hecho de la legalización del PCE. También en el 77, fueron las primeras elecciones generales, que ganó la inestable UCD de Adolfo Suárez. Y en el 78, se culminó el proceso con la Constitución, por todos alabada y abrazada, tanto como posteriormente incumplida y atacada.
Bases sólidas, reconocimiento internacional, ejemplo de transición política. Todos nos felicitamos, aparentemente las cosas se habían hecho bien..., ¿seguro?. No, desgraciadamente no. Si en el 78 se hubiera podido saber, que en 2009 el Parlamento de Cataluña sería capaz de aprobar una ley, con minúsculas, en la que el Catalán se eleva a lengua vehicular de la enseñanza, en abusiva discriminación del Español, creo que la sensación hubiera sido cercana al fracaso, simplemente porque el más elemental sentido común, dicta que es radicalmente contraria a la Constitución. Por cierto, el TC en pleno, al que podemos unir, también en pleno, la Audiencia Nacional, deberían ser nombrados embajadores vitalicios en Osetia de Sur.
Creo firmemente, que el estado de las autonomías ha sido el gran fiasco de nuestra democracia. La falta de regulación y mecanismos de control, unido a una nefasta Ley Electoral, que otorga demasiado poder a las minorías, han destrozado principios y derechos básicos, como la igualdad o la libertad. Hay que potenciar la identidad cultural de cada región, pero no como elemento secesionista y desestabilizador, sino al contrario, esa diversidad debe servir para alimentar la riqueza de la Nación Española. Como dijo el politólogo Ivo Duchacek, "El nacionalismo divide a la humanidad en unidades mutuamente intolerantes...". No se refería a nacionalismos periféricos, como el catalán o el vasco, pero es perfectamente aplicable.
¿Podemos cambiar la situación?. El daño hecho, en muchos casos es irreparable, pero sí, estamos a tiempo de virar el rumbo. Lo más urgente es reformar la Ley Electoral y los reglamentos de Congreso y Senado. El Congreso tiene que ser un foro de partidos de ámbito nacional, capaces de defender con la misma intensidad, los tomates de El Ejido o las fabes asturianas, y el Senado debe ser la Cámara de representación autonómica, donde los partidos de ámbito no nacional, puedan proponer inicitativas legislativas, que posteriormente pasarán por el Congreso. Por otro lado, hay que recuperar alguna de las competencias transferidas a las comunidades autónomas, y la más importante es educación, dejando espacio para que cada territorio, pueda profundizar en el estudio de su propios rasgos culturales, pero por supuesto, el tronco formativo tiene que ser común en todo España. Hoy día, pueden leerse auténticas barbaridades en algunos libros de texto, por ejemplo en los utilizados por las ikastolas, se trata a los españoles como invasores de Euskal Herria. Sin comentarios.
La torpeza política de los partidos de ámbito español, ha dado alas al nacionalismo excluyente. Nunca es tarde para reaccionar, pero sí urgente. Reformar la Ley Electoral y modificar funciones y representación de las Cámaras, es algo básico para avanzar en la dirección correcta, sin olvidar un Ministerio de Educación con competencias para el conjunto del Estado.
Sinceramente, tengo escasas esperanzas de que estas reformas se lleven a cabo, sobre todo porque incluso en el PP, algunos sectores autonómicos navegan en dirección contraria. De no ponerse manos a la obra, el insaciable egoismo nacionalista, alimentado por los consentidores PP y PSOE, seguirá profundizando en la tan injusta como anticonstitucional, diferenciación de ciudadanos en función de la comunidad autónoma de residencia. Cuando se empieza a hablar de derechos de los territorios, se acaba con los derechos de los ciudadanos. Y es que en España somos todos iguales, pero como los cerdos de Orwell, unos más que otros.

El sabio puede cambiar de opinón, el necio nunca





































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