El duelo
El Duelo
El día en que Eva murió el pueblo del olvido estaba de luto. Las guirnaldas negras ocupaban la gran casa de los Álvarez. Algunos llegaban, y otros se iban; otros tantos aprovechaban la reunión para generar alguna crítica colectiva de lo que fue Eva en su juventud y ni hablar de su viudez, es por eso que algunos reían por lo bajo y muy pocos lloraban.
Él estaba sentado frente al cajón ojeando un álbum de fotos donde en algunas de ellas aparecía con Eva, pocas, pero en fin, algunas. Mientras tanto pensaba, entre otras cosas, en el remanso de su niñez, en las personas que formaron parte de su vida, en las que hoy están y en las que la vida decidió por un medio natural despojarlas de su lado.
Reflexionaba sobre el camino de la vida y sobre la injusticia de la misma, donde las pérdidas eran muy dolorosas aunque entendía que eran naturales y que por eso que no había derecho a réplica solo dejaba un espacio para la resignación, “las cosas por algo pasan” se escuchaba en los pasillos de la casa de los Álvarez y pensaba que esa era la mejor respuesta hacia una inquietud sin salida.-
Ahora frente al rostro de Eva, alguien entró por la puerta y se acercó silenciosamente al recinto oscuro, lleno de fotos, flores de colores, guirnaldas negras y velas era una mujer joven, se sentó frente a Eva miraba el vestigio, el cuerpo, la cosa.
Francisco no dudó en mirarla a los ojos y ahí entonces la vio, ella tardó unos segundos en divisarlo hasta que finalmente se encontró con él. Los dos se miraron en silencio a los ojos, el mundo se detuvo, esa imagen quedo grabada por siempre en su corazón.
El viento entraba por las pequeñas ventanas de la casa de los cuerpos sin alma. Parecía que a ella se le secaba la boca y mojaba sus labios sin ánimos de nada pero sí mirándolo. Solo tenían 20 años, eran niños en cuerpos de adultos, la precocidad de la vida los hacia así, la simultaneidad de las cosas, la niñez dolorosa, aprender a la fuerza, pero mantenían la curiosidad misma de la edad, el deseo, el miedo, el amor. No obstante eso, la vida los había puesto ese mismo día en ese lugar para conocerse. Aunque en el ámbito en el cual ellos se conocieron nada era pertinente, en medio de una situación particular minada de hipocresía, cinismo y expiación del alma.
El alma de Eva rondaba por ahí, iba y venía, en busca del camino adecuado y correcto del servidor celestial por alguien que ocupe algún lugar allí ya que Eva tenía muchas cosas que resolver en su vida antes de partir, pero no lo conseguía. Se veía así misma, la masacraba su cuerpo y sentía mucha vergüenza de verse así, muerta en un cajón sin salida, sin maquillaje, con el pelo suelto sin vida, se preguntaba por qué el pueblo tenía que verla así y se respondía que la muerte era algo muy personal que ninguno de los invitados tenía derecho a verla así, un momento tan íntimo, propio y olvidado.
Se miraba y su cara tenía otra expresión, quizás redoblada por un director de cine que la inmiscuyó en un personaje ilusorio, lo más triste era que Eva miraba a su costado recordaba la vida que tubo, lo bella que era y como el amor la había hecho cambiar tanto después de haber perdido a su marido a tan pronta edad. Después de pensar que ya estaba todo perdido llego el a su vida para lograr renacer a un joven y bella mujer con ganas de amar intensamente. Sin embargo la gente de los pasillos pasaba y decía “mira la cara de Eva, se nota que murió en paz, ya era su hora, está descansando”, los dichos la perturbaban de una manera significante.
El no dejaba de mirarla, sentía que esa mujer iba a ser el amor de su vida, que no debía dejarla ir, y que el final de su vida sería estando junto a ella.
Francisco y Eva se conocieron a los 20 años, eran muy jóvenes, se amaron intensamente durante 60 años. Eva le prometió que nunca lo dejaría. Se juraron amor eterno. Era evidente que pronto Francisco la volvería a besar para vivir eternamente juntos.-
Melisa Waibel






































Registro automático