Los privilegios profesionales y la opresión social

La justicia social es un proceso en ciernes, e incluso a veces parece que imperecedero. Aunque muchas personas insistan en negarlo, en nuestras sociedades, supuestamente avanzadas solo por ser occidentales, hay numerosos ejes de opresión.

Si hay opresión, tiene que haber por consiguiente un grupo social privilegiado, que se apoya sobre los hombros de los colectivos discriminados para triunfar y alcanzar unas metas y objetivos que a los de más abajo les está vetado, ya sea por razones de género, raza, etnia, orientación sexual o una combinación de todas ellas.

Las manifestaciones del Día de la Mujer el 8 de Marzo, el Orgullo Crítico LGBTQ que se celebra en España cada año durante los meses de junio y julio, o el activismo antirracista en general, busca terminar con esas desigualdades sociales y ofrecer a todos los ciudadanos las mismas oportunidades.

Oportunidades de expansión social, individual y, por supuesto, profesional. El asunto del trabajo tal vez sea el más peliagudo, pues en el sistema económico que nos sustenta, sin trabajo no hay independencia y sin independencia, no hay dignidad. Si atendemos a las cifras y a los porcentajes oficiales, la pobreza está claramente feminizada, y dentro de esa feminización hay un mayor número de mujeres que no son blancas y que no encajan en el patrón heteronormativo.

Es lógico que los colectivos incluidos en este arquetipo busquen alternativas fáciles y seguras de financiación, como la solicitud de créditos online, o alternativas formativas a las carreras universitarias o a un máster, como los cursos gratuitos para desempleadas y desempleados financiados por el estado.

Porque las personas que venden la idea de que el éxito se obtiene compitiendo, trabajando duro y haciendo gala de un carácter optimista, son las personas que encajan en los grupos privilegiados, y no en los oprimidos.

Por eso es fácil encontrar tantos hombres blancos heterosexuales de éxito, gente que no sufre ante la inminente necesidad de calcular una hipoteca porque ha solucionado el asunto de la vivienda y no tiene problemas para pagar los derechos básicos de la vida. La justicia social, por tanto, tiene que seguir luchando.