El acceso a la cultura es un derecho
La cultura es algo más que una serie de aficiones disfrutables. La cultura es un derecho universal, casi al nivel de la educación y de la sanidad pública.
De hecho, mientras más facilidades tengamos las personas de consumir cultura, más pensamiento crítico desarrollaremos; y eso, con suerte, puede conllevar a cuestionarnos el statu quo y el sistema jerárquico en el que vivimos.
Un sistema en el que ninguno de esos derechos es gratuito y en los que, irónicamente, no son los artistas, los únicos que merecen beneficio, quienes salen bien parados.
De hecho, parece que los artistas no tienen cabida en esta sociedad. Parece que solo los trabajos manuales y productivos son tenidos en consideración. Parece, en última instancia, que si pedimos financiación a alguna entidad prestamista o bancaria para abrir nuestro propio negocio, en ningún caso puede estar relacionado con el arte.
Puede estar relacionado con la cultura, eso seguro; pero con un concepto de cultura puramente mercantilizado. La cultura ya no es un derecho disfrutable que nos permite aprender a pensar, sino un producto o un servicio. Allá adonde vamos, podemos comprarlo; y entonces sí, tenemos acceso a él.
¿Qué pueden hacer, entonces, las personas que tienen dificultades económicas? Para el sistema jerárquico mencionado, esto es muy cómodo, pues un difícil acceso a la cultura de las personas pobres les permite instrumentalizarlos, utilizarlos y emplearlos como mano de obra barata. No es justo y, desde luego, no debería ser así.
Por eso, deberíamos valorar en la medida de lo posible la existencia de asociaciones sin ánimo de lucro y, por supuesto, bibliotecas. Las bibliotecas públicas son el último bastión de la cultura libre, y además es un sistema que asegura la compra de libros por parte de la institución y, por extensión, el pago justo al escritor o escritora.
Sin embargo, las personas que no pueden permitirse comprar libros cada mes, tienen la oportunidad de disfrutarlos. Quién sabe, tal vez eso motive a alguien a utilizar sus ahorros en una librería de barrio. Esa es, quizá, la única forma de mercantilización de la cultura aceptable a día de hoy. Es casi subversiva.

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