Si usted es de los que le gustan las tramas de corrupción, más que al estilo valenciano, al estilo complot en las altas esferas del gobierno, lo que ha sucedido en Polonia le habrá despertado multitud de preguntas.
El caso al que podríamos bautizar como LK, Lech Kaczynski, el nombre del presidente fallecido, está ya cerca de emular el histórico JFK, si es que no lo ha superado.
No hace falta ser un erudito ni creer en la teoría de la conspiración para afirmar con vehemencia que en Polonia algo huele mal, muy mal. Porque no es normal que en un accidente aéreo mueran, además del presidente, los jefes de las instituciones estatales más importantes, parlamentarios, sacerdotes, comandantes de las Fuerzas Armadas, el vicepresidente del Parlamento y líderes de partidos políticos.
Tampoco es normal que los periodistas acusen al ejército de obstaculizar sus labores de investigación. Y para colmo de la anormalidad el fiscal que investiga el caso decide pegarse un tiro justo en un descanso de una rueda de prensa.
Toda esta trama deja en evidencia multitud de libros y películas del género de conspiraciones gubernamentales. La lástima de todo esto, además de la muerte y sufrimiento de aquellos que defienden la verdad, es que casi con toda seguridad nunca se desvelará lo que sucedió aquel 10 de abril de 2011.
A nadie le interesa que se sepa la verdad. Por su puesto no a los culpables. Tampoco a aquellos que se encargan de la seguridad presidencial y del gobierno y, yendo más allá, ningún líder de la UE le agradaría reconocer que uno de sus miembros vive en la más pura corrupción. Porque cuando la mierda salpica puede manchar a todo el mundo.
Sin embargo quien pensó que la historia se acabaría aquí andaba equivocado. El fiscal del caso y coronel Mikolaj Przybyl ha sobrevivido al supuesto intento de suicidio y su vida no corre peligro. Habrá que esperar hasta el próximo capítulo para comprobar qué sucede con el que parece uno de los testigos más fiables del caso.
