Por Liborio País
El edificio Bacardí, una obra insigne de la arquitectura Art Decó en La Habana e inaugurado en 1930, constituye la edificación más cosmopolita capitalina por la diversidad de mármoles y granito integrados a su estructura.
Se afirma que casi todas las naciones europeas aportaron, ahora sí bien empleada la frase, “su granito de arena” en ese “rascacielos” que durante unos meses resultó el edificio más alto de La Habana.
Y es porque las piedras que forman la construcción, proceden de Alemania, Suecia, Noruega, Italia, Francia, Bélgica y Hungría, entre otras.
Al costo de un millón 400 mil dólares, elevadísimo para la época, levantaron la elegante edificación, cuyo destino, acoger la sucursal del emporio ronero surgido en Santiago de Cuba, solo duró unos pocos años.
El proyecto lo concibieron los arquitectos Rafael Fernández Ruenes, Esteban Rodríguez Castell y José Menéndez, quienes lidiaron contra críticas, caricaturas y ataques de personas que defendían estructuras tradicionales y neoclásicas por encima de lo moderno. Dichas críticas llegaron a un nivel de que comerciantes españoles llamaran despectivamente El Pirulí de La Habana a la nueva estructura.
Nacido en un momento de bonanza con motivo de la Ley Seca en Estados Unidos, el edificio Bacardí se proyectó como un monumento a la calidad de los rones que hizo famosa a la fábrica.
La construcción ocupa casi una calle completa en la antigua Avenida de Bélgica, más conocida popularmente como calle Monserrate, una de las áreas más concurridas y elegantes de la capital cubana de la época.
Un mármol rojo vino decora la planta de acceso, a manera de una especie de símbolo de las mieles de las que nació la fortuna de la familia Bacardí, al tiempo que los pisos superiores relucen con losetas de un tono amarillo brillante para representar los rones blanco-dorados.
La forma de pirámide escalonada o zigurat del edificio la adornan azulejos como elementos decorativos tomados del modernismo catalán y que le ofrece un efecto cromático único.
En su punta tiene una esfera coronada con un murciélago de bronce con alas extendidas, el símbolo de la compañía ronera famosa universalmente.
La empresa Bacardí ocupó dos pisos con sus oficinas e instaló un bar en el mezzanine, en el cual dos cantineros crearon un trago al que nombraron cóctel Bacardí, con la pretensión de desplazar de la preferencia popular al afamado Daiquirí que a solo unos metros dispensaban los barman del muy reconocido restaurante El Floridita.
El período del arribazón monetario duró poco al eliminarse en Estados Unidos la prohibición de la venta de bebidas alcohólicas y pronto las aguas o mejor dicho, los rones, volvieron su nivel.
Los dueños de Bacardí arrendaron el resto de los pisos del “gigante constructivo”, a manera de paliativo a la crisis económica que se instaló luego de la bonanza, aunque la renta nunca dio los frutos deseados.
El edificio, sin embargo, dio un impulso a la imaginación de los arquitectos e ingenieros cubanos que comenzaron a explorar el estilo Art Decó, tanto en La Habana como en otras ciudades cubanas, aunque el Bacardí resultó el más depurado de los erigidos en la nación caribeña.
La construcción quedó casi en el olvido hasta que en la década de los 90 del siglo pasado, cobró todo su esplendor al someterse y culminar un proyecto de restauración ejecutado por la Oficina del Historiador de la Ciudad. En la actualidad acoge a oficinas de diversas empresas.
Desde su punto máximo se domina la parte más antigua de La Habana. Cercano al hotel Plaza, al NH Parque Central o a los restaurantes El Floridita o La Zaragozana, el Bacardí destaca por una juventud alargada, tras las labores de reconstrucción mediante las cuales se ha permitido a las jóvenes generaciones ver cuán alto llegaron las anteriores.