Cuando las clases aperturan nuevas formas para desencadenar alegrías en los niños y las niñas, se descubre el velo de lo que los docentes imbuidos de la correcta vocación denominamos socialización.
No es más que ayudarlos a descubrir las capacidades que poseen y que deben ser explotadas para bien suyo. Si bien es cierto que muchos factores influyen en el aprendizaje es también cierto que las motivaciones positivas en este sentido se presentan desde el orientador que dirige al grupo de niños y niñas.
A causa de una peculiar forma de ser propia, he ganado no sólo la confianza sino también el cariño de muchos niños y niñas, dentro de este ambiente en el que me desenvuelvo como docente. Pero no dejo de orientar y aconsejar a todos aquellos que se acercan con el impulso de aprender y ser escuchados. Hay afinidad con las personas sin distingo de edades cuando buscan aprender, con buenas formas, sobre todo con respeto y cariño.
Hay que retomar el aspecto conciente de que los niños y niñas con las que tratamos en esta tarea digna, son seres humanos, dignos de ser respetados y queridos; no por gusto nos dicen los segundos padres. Entonces confiemos en nuestra labor digna y dignificante, para alcanzar que aquellos seres que llegan a nosotros puedan regresar a casa llevando consigo lo bueno que aprendieron, para ponerlo en práctica; de lo contrario no tendrá soporte ni valor lo que se pueda realizar dentro de las aulas.
Los docentes tenemos una misión: ser apóstoles de la transferencia de conocimientos y orientadores de la formación de los niños y adolescentes.