No hay independencia posible sin una dependencia que permita determinarla. No es el ciudadano quien debiera de estar al servicio de las instituciones del Estado, sino estas instituciones al servicio de éste. Pero para que los Órganos de Ordenamiento Social Constitucional* puedan estar al servicio de todo individuo, éste también tiene que estar al servicio de esos órganos. Comprensión, aceptación y compatibilidad con la diversidad de identidades individuales como integración conjunta a su plena realización social es base esencial para que haya un claro entendimiento conceptual de la mediatización política como concordia de todo espíritu democrático práctico.
Toda mediatización política de una democracia práctica tiene que ir acorde a las culturas, a las educaciones y a las creencias propias de las costumbres con las que se identifica una determinada sociedad como realización expresiva a su tiempo y condición de ser.
Si por algo se caracterizó la filosofía política del Gobierno de Suárez fue por sentir la necesidad de querer identificarse con la libertad, con la igualdad, con la justicia y con la solidaridad del “demos ateniense” del pueblo: la democracia. El engranaje productivo como sistema político económico social nunca debe de superponerse a las necesidades y condiciones humanas, sino que tiene que ser equitativo a la compatibilidad de los propósitos, de los esfuerzos y de los rendimientos que en reconocimiento a sus valores todo individuo pueda sentirse identificado y realizado en mutua convivencia como integración a consolidar toda clase de diversidad de identidades que en su propia independencia pueda depender de una solidaridad común.
Toda democracia práctica es una mediatización política social y constitucionalmente aplicable en un estado de derecho y que como base reguladora de libertades tiene su apoyo en el Derecho**; pero no está determinada precisamente por ese “derecho”***, sino por las obligaciones que se tienen para con esos derechos.
Los derechos humanos y las obligaciones que tienen que haber para salvaguardar esos derechos son lo que hace posible la subsistencia de un estado compatible a la integridad de valores recíprocos de la diversidad de identidades individuales en el marco contingente de toda convivencia como institución tan independiente como dependiente a las propias y comunes necesidades y condiciones social políticas humanas.
Las culturas, las educaciones y las creencias propias de una determinada sociedad como realización expresiva a su memoria histórica puede resultar ser un lastre de confrontaciones y conflictos políticos si no se asimilan pasados viejos rencores en pos de futuros nuevos valores. Toda experiencia a posteriori es siempre susceptible de crear impresiones inconscientemente subjetivas a determinar las perspectivas de los acontecimientos.
Para poder ser objetivo en la asimilación y análisis de toda memoria histórica como identidad determinante de toda sociedad hay que aprender a saber apartar todo sentimiento y prejuicio adherentes a la experiencia contraída de la Historia para poder ser imparcial, desapasionado y justo en la implicación de todo lo acontecido. Asimilar y afrontar nuevas situaciones, tal y como supo hacer Suárez en su Gobierno, es saber madurar y adaptarse a las necesidades y condiciones de las nuevas generaciones y tiempos venideros.
La auténtica democracia es una utopía que sólo puede conllevar a una revolución. Pero conseguir que parte de esa democracia se aplique y realice no como revolución, sino como evolución; ya es un gran mérito por parte de todos los que formamos y contribuimos a construir siempre vigilantes y precavidos esa parte factible de auténtica democracia, y que si hoy día tenemos los españoles que agradecer a alguien de ese mérito es a quien verdaderamente debiera de ser reconocido como “el Padre del Espíritu de la Transición”: Adolfo Suárez González.
La democracia como sistema social político práctico no puede ser otra cosa que una equidad compatible con la formación constituyente de su integración como parte de una burocracia como jerarquía administrativa que controla los poderes públicos del Estado; como parte de una oligarquía como predominio de la autoridad representante y competente del pueblo en el ejercicio de la potestad funcional de unos pocos para unos muchos; como parte de una plutocracia como derecho al reconocimiento privilegiado de la propiedad privada y la política social económica de la monopolización del poder financiero; como parte de una anarquía como diversidad de identidades como realización expresiva a políticas independentistas nacionalistas o partidistas; y como parte de una monarquía como unidad soberana determinada y representada por la diversidad constituyente de todo un pueblo como nación ****.
La democracia es la pura contradicción personificada del ser humano, pero completamente coherente en todas sus contradicciones; ya que para que haya debate político democrático antes tiene que haber alguien que discrepe de lo que otro afirma.
*Órganos de Ordenamiento Social Constitucional: Instituciones del Estado.
**Derecho: Conjunto de leyes que comprende el estudio y la aplicación que forma y constituye integralmente un estado compatible a los valores recíprocos de la diversidad de identidades individuales en el marco contingente de toda convivencia como institución.
***”derecho”: Parte del conjunto de leyes constitucionales que sólo comprende el estudio y la aplicación de determinados valores de la diversidad de identidades individuales en representación y reconocimiento a la compatibilidad de las libertades.
****La burocracia, la oligarquía, la plutocracia, la anarquía y la monarquía, actualmente en nuestro sistema social democrático político constitucional son partes de formas de estados de gobierno compatibles a la equidad de sus poderes, y que en tiempos Suárez en su Gobierno supo buscar y encontrar el equilibrio gubernamental adecuado entre cada una de esas partes para poder regular estos poderes en la formación constituyente evolutiva de la sociedad por mediatización política democrática práctica de acuerdos o pactos de la Moncloa.
Autor: Augusto González González
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