«Los animales también son humanos», así decía un titular del periódico alemán DIE ZEIT. En un artículo en defensa del vegetarianismo la redactora Iris Radisch planteaba la pregunta: «¿Nos está permitido en realidad matar animales?» y la respuesta se encontraba en el mismo titular: « ¡Acabemos con ello.
Iris Radisch cuestiona la autoridad que el hombre se ha adjudicado para disponer de la vida de los animales para su único beneficio: “El hombre goza del derecho a la invulnerabilidad física, sin embargo el derecho que les concedemos a los animales consiste en que sean despedazados, colgados cabeza abajo de un gancho, o pasados por un baño eléctrico. La desigualdad salta a la vista, a pesar de que los seres humanos acostumbrados a criar animales para luego comerselos, lo ve todo muy normal , ¿pero qué pasaría si nos hubiésemos equivocado y que lo que desde hace milenios se considera normal, sea una monstruosa injusticia?“
Sí, esto es posible. Los motivos que aducimos y hacemos valer para justificar la flagrante desigualdad de derechos entre el hombre y el animal tienen realmente muy poco fundamento, actuamos ante los animales movidos por la constumbre y sin conciencia real del dolor que causamos a otros seres que sienten el dolor y la alegria de la misma forma que nosotros. Cuánta arrogancia nos inunda para pensar y creer que unas diferencias mínimas en el código genético nos autorizan a poder comernos a nuestros parientes cercanos, la vaca, el cerdo, las aves y las ovejas sin escrupulos.
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