Necesaria es la experiencia para saber cualquier cosa.
Lucio Anneo Séneca
La otra tarde se subió al autobús un hombre cargado de paquetes. No escuché lo que le dijo, pero sí vi cómo lo miró la persona sentada junto al único asiento libre. Créanme que no era necesario ningún máster en Psicología para interpretar aquella mirada, aquella reacción, aquel desencuentro tan visible desde las sucesivas barreras planteadas o sugeridas en la escena. Aprensión, temor, instinto; escrúpulo, lástima, ignorancia, mirando un poco más en profundidad. Desde luego que para el recién llegado no fue el mejor de los recibimientos imaginables, pero tampoco cabe considerarlo como algo excepcional. Se mire por donde se mire, seguro que quien más o quien menos hemos presenciado una situación similar alguna vez. Esta vez que nos ocupa, me mantuve atento a los detalles que pudieran producirse a continuación. En vista de tan medrosa y huidiza acogida, el rechazado pasajero adelantó su pudor hacia algún acomodo de pie, entre los recovecos más desahogados del vehículo: donde menos molestasen sus marcas y sus compras. A mí personalmente no me molestaba ni una cosa ni la otra, tan sólo lo desagradable de la situación, de modo que me levanté para cederle gustoso mi asiento y continuar viaje asido a la barra dispuesta longitudinalmente sobre la cabeza del hombre. Podría haberme sujetado en otro sitio, claro está, pero preferí quedarme cerca de él y de sus cargas. Se dio cuenta y, agradecido por partida doble, me sonrió con el reconocimiento más puro brillando en su cara surcada de psoriasis. Yo lo miré sonriendo también, procurando restar importancia a cuanto había sucedido desde su apurado ingreso a bordo. Después de todo, la vida es como un autobús o como un barco de obligado pasaje: un camino que hemos de cubrir viajando todos juntos, cada cual con sus circunstancias en la maleta, sin alternativa de elección; nos gusten más o menos la compañía, el vehículo, la ruta o el destino.
Ya digo que el episodio referido me parece bastante, demasiado habitual. Aunque yo tengo la suerte de no padecer ni haber padecido nunca esta enfermedad cutánea, sí que a la psoriasis —tan inesperada como desconocida su presencia— le ha dado por cruzarse en mi camino. Y lo ha hecho sin pedir permiso, ni para llegar ni para quedarse, se lo aseguro. Me la he encontrado y tratado en el ámbito conyugal, donde decidió instalarse un buen-mal día. Afortunadamente mi mujer ahora está bien, vuelve a sentirse animada y activa en plenitud; pero ni ella ni yo podemos olvidar los malos momentos pasados por culpa de la psoriasis y de su incomprensión social. Tuvimos que hacer acopio de resignación y aunar fuerzas y voluntades para hacerle frente. No resultó nada sencillo, sobre todo en un principio, pero gracias a la ayuda médica y al apoyo mutuo, tanto mi mujer como yo pudimos conocer y sobrellevar mejor la irrupción de la psoriasis en nuestra vida, tan apacible hasta entonces. Aprendimos que su origen está en un funcionamiento anómalo del sistema inmunológico, que no tiene una cura específica, y que su sintomatología eruptiva de manchas o inflamaciones delatoras en la piel, picores persistentes y descamaciones profusas no es la mejor tarjeta de visita para relacionarse en sociedad. Todo eso lo sabemos de primera mano quienes de una forma u otra hemos arrostrado la presencia —indeseada siempre, que nadie pierda esto de vista— de la psoriasis. Como también sabemos que sus estragos no se detienen en la piel, sino que llegan adentro, muy adentro de la persona afectada. Porque sin información y con miedo nos ataca a todos con más virulencia todavía. Porque sin ser una enfermedad cardiaca, la psoriasis daña de gravedad el corazón de quien la sufre en su piel.
Y permítanme que me permita un consejo final a modo de recordatorio. Como en cualquier adversidad, con la psoriasis hay que tener entereza y paciencia. Es muy importante no perderle la cara a la situación ni desfallecer en los peores momentos. Además —y por encima de todo— de favorecer siempre un ánimo personal positivo que, junto a la ayuda profesional y familiar, nos fortalezca hasta reencontrarnos con la versión más saludable de nosotros mismos.