Normalmente tratamos de no vivir momentos desagradables. Pero incluso así debe esperarse multitud de ellos a lo largo de la vida. La mayoría de la gente acepta que una existencia normal está formada por experiencias de muchos tipos. Y ahí deben incluirse también las que no son placenteras.
Las frustraciones, los desencantos, las ansiedades, los temores, las insatisfacciones; todas forman parte de una vida normal. ¿Y qué hacemos cuando aparecen? Para esa pregunta hay más de una respuesta.
Algunos se resignan a ellas y no hacen nada para combatir el malestar. Otros lo utilizan como pretexto para despertar la lástima y sacar supuestas ventajas. Y hay quienes lo más pronto posible buscan una solución. Estos últimos son los más activos y los que parecen más adaptados.
Sin embargo, muchos dejan pasar los malos momentos sin sacar ningún beneficio. ¿Pero puede sacarse alguno de los malestares? Claro que sí. Porque muchos malos momentos, aunque no todos; sirven para detenernos y reflexionar.
Debemos aprovecharlos para sentarnos o caminar en solitario y hacernos unas cuantas preguntas. Por ejemplo:
¿Qué es exactamente lo que ha ocurrido y me tiene así?
¿Se debe a algún error mío, a alguna causa externa tal vez?
¿No estaré exagerando un poco en la importancia que le doy a estos hechos?
¿Será buena la estrategia que he seguido o tendré que cambiarla?
¿Cómo puedo resolver estos problemas?
¿Realmente puedo?
¿Si no puedo entonces por qué insisto?
¿No necesitaré de abandonar estas preocupaciones y ocuparme de otras?
¿Por qué no aprovecho y me encargo ahora de cosas que tengo pendientes hace mucho?
¿No será ahora un buen momento para descansar un poco y recuperar energías?
Por eso, un buen consejo es combatir las preocupaciones lo antes posible pero tratando de sacar nuevas y provechosas ideas a partir de ellas.
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