El acuario es una palabra que proviene del latín que significa lugar del agua. Los mismos son contenedores de agua, por lo general en forma de prisma y son tanto de vidrio como de acrílico.
El error más frecuente es el de confundir a los acuarios con las peceras. Pero su principal diferencia con estas es que las peceras son esferas de cristal en la que las condiciones ambientales no se pueden controlar y requieren la renovación de agua periódicamente.
Es gracias a los acuarios que tenemos la posibilidad en casa de tener arrecifes artificiales en nuestros hogares; estéticamente quedan bellísimos, así que no solamente está bueno para aquellos que aman a los animales, sino que también puede servir como un gran aditamento para la decoración de un ambiente.
Pero si tenemos acuarios en casa hay que cuidarlos. Se conoce como acuarofilia al cuidado de peces en sitios cerrados o artificiales, y el acuario es un gran exponente de esto. La acuarofilia es una práctica más antigua de lo que puedas imaginarte. Sus orígenes se remontan a China desde hace más de 2.000 años de antigüedad, pero en aquel momento era todo muy precario.
Recién por el año 1700 un biólogo suizo, creó unas naves cilíndricas donde crecía y se desarrollaba una hidra. Así que podemos decir que aquellos fueron los comienzos de lo que hoy conocemos como acuarios.
Si bien la palabra acuarios puede parecer genérica, existen varias clases de ellos, todo dependerá del tipo de agua que almacene:
Acuarios de agua dulce: su concentración salina debe ser menor que el 0,5%. Esto creará un ambiente similar al agua de río.
Acuarios de agua salobre: en este caso, la concentración salina debe estar entre los rangos de 0,5% y el 5%. Por lo que tendríamos un ambiente neutro, ni salado, ni dulce, muy parecido a un estuario.
Acuarios de agua salada: su salinidad deberá manejar rangos desde el 5% al 18%. Así se generará un ambiente bastante parecido al del mar.