Hace algunos años, en Río de Janeiro, escuché a un joven decir en la televisión que "la Esperanza había muerto”. No soy poeta. Pero tomé una lapicera y osé escribir estos simples versos, después musicalizados por el maestro Vanderlei Alves Pereira:
¡La Esperanzano muere nunca!¡Nunca!¡No muere, no!Pues, como la vida,que es eterna,madre tan fraterna,¡¿puede morir?!¡No, no muerenunca!¡No muere, no,la Esperanza en el corazón!
Con certeza, semejante expectativa todavía sostiene los corazones de muchos niños y niñas angolanas. Un diplomático, conocido de mi compañero de ideal ecuménico, José Santiago Naud, co-fundador de la Universidad de Brasília, pudo apreciarlas en su alegría inocente, a pesar de la guerra que ensangrentó a la patria de Agostinho Neto (1922-1979), durante casi treinta años.
— Al regreso de su viaje, el amigo me dijo que en el interior, cerca de Luanda, una vez vio, conmovido, a un grupo de una centena de ellos, cantando en torno de su mal pagado profesor, que danzaba:
— Si yo pudiese, volabaal encuentro de la paz,abandonaba esta guerra,permanecía al lado de la paz.
Libertad y esperanza son dos sentimientos a los que el Ser Humano no puede echar mano. Con todo, debe saber honrar al primero para ser merecedor permanente del segundo.
Nadie aprisiona el espíritu de un hombre libre. Que lo diga Gandhi (1868-1948), que escribió muchas de sus más bellas y decisivas páginas mientras sufría arrestos, en la lucha por la liberación de los hindúes.