A mí antes no me gustaba la televisión. ¿Para qué tragarse un montón de canales que no merecen la pena, publicidad incluida, cuando las películas y las series se pueden ver de otra forma? Incluso los programas, puesto que, en internet, muchas páginas web de cadenas de televisión ofrecen la opción de ver online algo que se está retransmitiendo en ese momento. Muchos amigos míos me miraban con cara rara cuando les confesaba, y sin ninguna culpabilidad, que podía pasarme seis meses, o incluso un año entero, sin enchufar el aparatito en cuestión para ver la programación o hacer el tan popular zapping.
Pero eso cambió cuando, el mes pasado, me mudé a mi nueva casa. El día en el que contraté a los de las mudanzas nacionales y fijé la fecha de la mudanza en cuestión pensé que no me resultaría fácil adaptarme, que a lo mejor no era buena idea hacer lo que estaba haciendo; sin embargo, cuando llamé por teléfono, una vez allí, para dar de alta el teléfono e internet, los de la compañía me comunicaron que en mi edificio había fibra óptica, y que si la instalaba, además de tener internet de alta velocidad, podía contratar televisión de pago de calidad. Lo de la televisión no me terminaba, pero todo eso junto era más barato que lo que solía pagar normalmente, así que accedí.
Y quién lo iba a decir: de repente, estoy enganchadísima a la televisión y, cuando no tengo nada importante que hacer, es muy relajante sentarme a ver alguno. Le debo todo esto a las mudanzas a España; es decir, el día en el que llamé por teléfono y me decidí a contratar por fin una mudanza con guardamuebles en Las Palmas, no sabía que, por haberlo hecho, tendría el doble de velocidad en internet y un montón de canales que sí que me interesan.