No me vengas a decir a mí de detalles de boda, si yo me metí en camisa de once varas cuando decidí que me casaría bajo el agua. Y es que Marco y yo nos conocimos literalmente bajo el mar, cuando fui con mis amigas al Caribe hace más de cinco años, fuimos a bucear en las aguas turquesa y ahí lo ví por primera vez, sus ojos combinaban perfecto con el paisaje. Debajo de las aguas se acercó a mí, me tomó de las manos, nos miramos a través de las gafas de buzo, me sonrió y yo supe en ese momento que algún día sería su esposa.
Sí yo sé que es muy romántico pero ahora me estoy volviendo loca con los detalles de la boda, ya que voy a colocar unos ramilletes de algas tejidas para colocarlos bajo el agua como decoración, inclso conseguí varias luces que pueden encenderse debajo del agua para iluminar el momento, conseguir un sacerdote fue muy complicado, no solo porque no debe de tenerle miedo a sumergirse sino que sea lo suficientemente openmind como para hacer una ceremonia así de drástica. Pensé que conseguir los permisos y rentar trajes de buzos y tanques de oxígeno para todos los invitados sería difícil pero en realidad fue solo trámite burocrático y tedioso. Lo que fue complicado es conseguir que todos los invitados asistieran a un curso personalizado de cómo descender y ascender en el agua controlando las respiración. A veces parecía que me hacía bolas con todos los detalles de la bodas, y cuando haces algo así de diferente no hay quién te aconseje, si se tratara de una crisis de manteles o de cuarteto de cuerdas para amenizar, sabes que puedes recurrir a un sinfín de personas, pero cuando se trata de hacerlo bajo el mar la cosa se pone un poquito más complicada.