Han pasado ya cuarenta años desde que se estrenó El padrino, un 15 de marzo de 1972. Cuentan los que presumen de saberlo todo sobre el cine, como si esto tuviese un valor, que los productores estuvieron a punto de echar aCoppola, que apenas tenía treinta y un años por entonces, porque pensaron que el producto iba a ser un fracaso. Desde el principio, fue un éxito económico y, sobre todo, artístico. Es una obra de arte, de la que cabe recordar cada escena y, sobre todo, cada diálogo. Tal vez no enseñe normas de convivencia para sociedades ideales, pero se comprenden claramente las que se ven.
Para el sistema de comunicación supuso la incorporación de un nuevo producto en su sentido más literal. Un producto que después intentará ser imitado hasta la saciedad; pero que sólo encontró las mejores copias en sí mismo, en sus sucesoras: El padrino 2 y 3. Por lo tanto, mostró que el “fordismo”, la producción industrial en lo que se llama la industria del cine, tiene un límite, y que no se puede aplicar tan ligeramente el concepto.
Es verdad que hay una fuerte división del trabajo, incluso con cierto tenor corporativo dentro de cada una de las profesiones que participan en una película, pero los trabajos adquieren valor cuando se realizan con oficio y sus profesionales actúan más como artesanos, que como obreros. A pesar de que puede llegarse a entender como una gran producción, y eso que el presupuesto inicial no era de los más grandes, abre el camino a la producción independiente, a una forma de hacer cine desde el estilo, reconocido por todos. De hecho, Coppola no dejó de ser un director de cine independiente, más por la forma de hacerlo que por las cantidades de dólares que se invertían en sus películas.
