Parece fácil conocer la diferencia entre comer por ansiedad o por hambre, pero no lo es tanto.
¿te entra hambre por la tarde-noche y necesitas saciarla rápidamente?
¿la sensación de hambre aparece en momentos de aburrimiento, nerviosismo o frustración?
¿te sientes mal después de haber comido?
¿eres capaz de seguir comiendo a pesar de sentirte saciado o de tener malestar en el estómago?
¿te apetece comer alimentos rápidos, fáciles de ingerir sin cocinar ni preparar: galletas, patatas, chocolate, dulces...?
¿comes delante de la TV casi sin darte cuenta?
Si has contestado sí a estas preguntas, seguramente comes debido a la ansiedad. De hecho, la mayoría de la población occidental ha comido así en algún momento.
En realidad no se trata de hambre fisiológica lo que te lleva a comer así. Es un hambre emocional difícil de identificar. Son emociones no resueltas o complicadas en entender. Se come para saciar el hambre emocional y tranquilizarse, pero como la fórmula no funciona, se repite hasta convertirse en un hábito.
¿qué se puede hacer para mejorar esto?
- Comer 5 veces al día y beber dos litros de agua (asegurándonos de no tener verdadera hambre fisiológica)
- Practicar ejercicio regularmente nos ayuda a sentirnos mejor físicamente y aleja los vacíos de ansiedad
- No saltarse ninguna comida. Esto puede provocar bajadas de azúcar en sangre y necesidad urgente de comer
- Evitar los "cuatro demasiados". Algunos grupos de autoayuda de comedores compulsivos se guían por estos cuatro demasiados que son: no estar demasiado hambriento, ni demasiado enfadado, ni demasiado cansado, ni demasiado solo.
- Mantener los alimentos prohibidos fuera del alcance
- Planificar el menú con antelación (semanalmente o cada día se piensa lo que se comerá al día siguiente)
- Comer a horarios fijos e intentar respetarlos en vacaciones y fines de semana
- Buscar qué desencadena esta demanda de comida e intentar atender a esta demanda (con terapia, grupos de ayuda, medicación...)