Y con ella, aparecen los miedos.
El miedo a soltar el controlUn emprendedor está acostumbrado a estar en todo. Cada decisión, cada compra, cada cliente… todo pasa por sus manos. La idea de franquiciar implica delegar, confiar en otros para que cuiden lo que uno ha construido con tanto sacrificio. El temor de ver tu marca mal representada, de perder la esencia, de que "ya no sea lo mismo" es real. Pero también lo es la posibilidad de que tu visión llegue más lejos de lo que jamás imaginaste.
El miedo a escalar sin perder el alma¿Cómo se traduce tu cultura empresarial en manuales, procesos, entrenamientos? ¿Cómo enseñas el amor con el que haces las cosas? Ese miedo a convertir lo artesanal en mecánico, lo auténtico en repetible, es un freno silencioso para muchos. Pero franquiciar no se trata de hacer clones, sino de replicar tu alma con estructura.
El miedo a fracasar en grandeCuando el negocio es pequeño, los errores duelen… pero se manejan. Cuando hay contratos, inversionistas, licencias, empleados y otros apostando por ti, el margen de error parece más estrecho. ¿Y si no funciona? ¿Y si crezco y me pierdo? Pero, ¿y si sí? ¿Y si tu idea transforma comunidades, genera empleo y se vuelve un legado?
Franquiciar no es solo un paso de crecimiento económico. Es un acto de madurez empresarial, de liderazgo emocional y de visión estratégica. Es pasar de ser el capitán de un bote a convertirte en el diseñador de una flota.
No le tengas miedo al crecimiento. Tenle miedo a quedarte pequeño por miedo.Transformar tu negocio en una franquicia es desafiar tus límites. No lo haces para dejar de ser quien eres, sino para que más personas vivan lo que tú creaste. Y eso, aunque asuste, también es profundamente hermoso.
Sobre Luís Daniel Añez